Rock

Elvis, enero del 69

La Razón
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16 de agosto de 1977. Muere Elvis Presley. Tenía 42 años. Falleció en el baño de su mansión en Memphis, Graceland, con los gayumbos por los tobillos y un libro de ocultismo en el tigre. Extravíen por los pasillos de la amnesia la imagen de un Elvis panzudo y jadeante con collar hawaiano al cuello. Dejemos para otro día la insufrible decadencia cinematográfica. Todas aquellas películas infumables y sus muy desiguales bandas sonoras, en las que un artista exprimido hasta el último dólar cedía el trono del rock and roll a cambio de un estrellato kitsch. Olviden indignidades como su entrevista con Richard Nixon, cuando hasta el culo de barbitúricos y anfetaminas tiene el cuajo de pedirle placa y pistola de agente especial de la DEA, obsesionado como andaba con la corrupción juvenil, y las drogas, que traían los Beatles. Dejemos, pues, al Elvis residual, al simpático y al cutre, al de los imitadores frikis reunidos cada verano a las puertas de Graceland. Recordemos al artista supremo. Hijo de la «white trash», o sea, basura blanca, empapado de «country» y «rhythm and blues», y del gospel que mama en las iglesias afroamericanas, baptistas, de Tupelo y Memphis. Ese que aprovecha las revoluciones de Ray Charles, Joe Turner, los Clovers, por supuesto Fats Domino, así como de Little Richard y Chuck Berry, sus compañeros de cataclismo, lejanos pero mellizos, y que a mediados de los 50 publica unos discos asombrosos en el sello Sun, a las órdenes de Sam Phillips, productor que también descubriría a Johnny Cash, Jerry Lee Lewis, Carl Perkins y Roy Orbison, y antes de ellos al sensacional bluesman Howlin´ Wolf. El Elvis, por supuesto, que a finales de los sesenta, tras casi una década de arrastrarse de bodrio en bodrio, recupera el cuero negro, la electricidad y el látigo con el sensacional programa de televisión para la NBC, el 68 comeback special, y por supuesto con las más de treinta canciones que, en unas noches febriles, grabará para Chips Moman, experimentado productor de soul, más de treinta canciones gloriosas (por ejemplo «In the ghetto», «Suspicious mind» y, mi favorita, la escalofriante «Long black limousine»). Con ellas editaron el sensacional «From Elvis in Memphis», todavía hoy su gran disco de madurez, así como ese popurrí, deslumbrante y loco, llamado «From Memphis to Vegas/From Vegas to Memphis». Tengo para mí que su trabajo con Moman figura entre las grandes hazañas musicales del siglo. Me quedo, en fin, con ese hombre en éxtasis que en enero/febrero de 1969, rodeado de psicofantes, aburrido de sí mismo, incapaz de comprender las turbulencias sociales y políticas del momento, y al mismo tiempo ávido de música, enamorado del soul que Memphis producía en estudios tan esenciales como Stax, deseoso de recuperar sus raíces sureñas, la grasa y la fibra de las músicas que le nutrieron, y dueño de una voz y un sentimiento insuperables. Casi medio siglo después de su muerte, huérfanos del rey que fue y sigue siendo, recupero el country-soul maduro y rico de quien durante un breve y milagroso instante volvió de entre los muertos antes de hacer definitivo mutis.