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La Razón
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La Compañía de Jesús sigue siendo la más importante e influyente congregación religiosa masculina y una de las columnas de la Iglesia, independientemente de que por vez primera en la historia, y sorprendentemente, un jesuita haya sido elegido Papa. La Compañía se prepara para celebrar en octubre su 36 Congregación General, convocada para elegir el nuevo prepósito (superior) general, puesto que quedará vacante por la renuncia a seguir ocupando dicho cargo del palentino padre Adolfo Nicolás Pachón. En las constituciones escritas por su fundador, Ignacio de Loyola, el de general de los jesuitas era un cargo vitalicio como el de los papas de la iglesia romana; por eso y por su influencia se le llamaba «el Papa negro». Pero esta tradición se ha roto: el primero en no morir como general fue el vasco padre Pedro Arrupe, aquejado de una grave enfermedad. Su sucesor, el holandés Peter-Hans Kolvenbach, invocó otras razones y su renuncia fue aceptada en enero de 2008 dejando la Compañía en manos del padre Nicolás. El 20 de mayo del 2004, el general escribió una carta a sus hermanos jesuitas anunciándoles que había llegado a «la convicción personal de que es mi deber dar los pasos necesarios para presentar mi renuncia a la Congregación General». El 29 de abril cumplió ochenta años. En una entrevista concedida a las diversas revistas de cultura de los jesuitas en Europa, el padre Nicolás afirma: «A día de hoy, con los progresos de la medicina y la prolongación de la vida, un grupo con deseo de servir y que necesita agilidad de movimientos no puede permitirse tres o cinco años de debilidad de su superior general». El Papa jesuita no ha puesto ninguna objeción a la retirada del General de la Compañía y, es más, sería partidario de que desapareciera la norma de la elección «ad vitam». Me permito suponer que la hipótesis de dimitir en su día cuando las fuerzas físicas disminuyan es contemplada por Jorge Mario Bergoglio (que ha cumplido ya los 79 años), siguiendo el ejemplo de su predecesor Joseph Ratzinger.