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Córdoba

La cultura solidaria del agua

El año 476 se estima como fecha final del Imperio romano, constituido en torno al Mediterráneo con la significativa onomástica de «Mare Nostrum». A partir de la desaparición del poder imperial, el «mar entre tierras» se dividió en tres mundos culturales, cada uno de ellos con sus propios fundamentos estructurales, diferentes valores funcionales y disímiles funciones económicas: la sociedad cristiana occidental, el Islam y Bizancio. Se desenvolvieron históricamente durante el Medioevo, del siglo V al XV, en cuatro etapas que suelen denominarse Tardorromana, Románica, Gótica y Humanística. Un conjunto con tres dimensiones de pensamiento y una poderosa fuerza espiritual integradora y universalista, supuesta por el Cristianismo con centro en el Pontificado romano, cabeza de la Iglesia en la triple acción teológica, misionera y social. El pensamiento y las creencias se centraron en un ambiente de formación, primero en los monasterios, posteriormente en las escuelas catedralicias y, por último, en las Universidades, donde se elaboraron las teorías intelectuales de las cuales derivaron las técnicas empíricas que se aplicaron a cubrir las necesidades de la vida y la convivencia. Catedráticos y doctores tuvieron la posibilidad de conocerse, intercambiar ideas y contrastar investigaciones.

De este modo surgió la solidaridad de los saberes y su aplicación empírica para beneficio de las comunidades organizadas, tanto en las ciudades como en el medio rural, alcanzando un nivel óptimo cuando la cultura medieval llegó al mayor grado de madurez en el siglo XV. Este proceso histórico de las tres unidades culturales señaladas se mantuvo sobre el cimiento significado por el mundo antiguo –es decir, hasta el año 476– supuesto por el Mediterráneo oriental: islas del Egeo, Grecia y cultura helenística. En el extremo opuesto, el Mediterráneo occidental, sobre el triángulo de Gades, Cartago, Roma, con final predominio de esta última, que llevó a cabo con la profunda romanización de Hispania la afirmación, con la tradición oriental y la incorporación de las civilizaciones indoeuropea de los celtas hispánicos y de la ibérica de origen africano. La riqueza cultural centrada en la península ibérica señala significativamente una cuestión que debe ser tenida muy en cuenta, que es la solidaridad de los planteamientos de la civilización y la eficacia de sus méritos respecto al sentido peculiar de sus valores funcionales a la sociedad constituida en sus distintas etapas históricas.

Hispania, que de modo magistral ha estudiado en su dimensión histórica romana el catedrático José María Blázquez, forjó dos círculos culturales respecto al agua, como elemento de solidaridad cultural. Uno, el primero, el de la España romana, donde alcanza una particular importancia la cultura solidaria del agua, en especial en relación con la distribución del agua para múltiples atenciones, tanto para el uso en ciudades como para riegos y canalizaciones en las colonias y las «villae», donde se concentra la producción agraria mediante sistemas de regadío. La región española más ampliamente romanizada en cuanto a la cultura del agua fue la Bética, que alcanzó una potencialidad de producción verdaderamente fantástica, continuada –aunque con la alternativa norteña de Tierra de Campos– durante el reino visigótico de Toledo y la conversión al cristianismo del rey Recaredo (587).

El momento cultural romano y posterior visigótico en España puede considerarse de plena solidaridad, rota sobre todo desde el punto de vista de las creencias religiosas con la invasión árabe, que sólo encontró resistencia en las montañas cantábricas y el mural pirenaico, desde Roncesvalles a la costa mediterránea de Rosas, supuso la «pérdida de España» con el establecimiento de los musulmanes que implicó la conversión de España en provincia islámica con eje central en Córdoba, donde se constituyó por Abd al-Rahman III, a principios del año 929, el Califato que haría del Emir de Al-Andalus dueño de un poder político efectivo que puede llamarse el «país» de Al-Andalus. El Califa de Córdoba, convertido en un ser mayestático, gobernó a su antojo los destinos de la región que adquiere un particular brillo y potencial económico que repercutió en toda Europa occidental. En esta etapa, hasta que el empuje de la Reconquista de Castilla y León en tiempos de Fernando el Santo causó prácticamente la ruptura del Califato en los reinos de Taifas, la unidad califal produjo, entre otras cosas, una plenitud solidaria del agua que, si bien aprovechó mucho la acción romana, al ser genéticamente posterior, marca otra etapa tanto o más importante que la romana pero complementaria y de gran extensión e identidad.

El valor fundamental del agua ha atraído las investigaciones en torno a cuestiones de distribución y técnicas de regadíos, abastecimiento de ciudades, formalización de costumbres y sistemas jurídicos de regulación y usos medicinales. Los árabes crearon unidades sociales y familiares de producción agraria por toda la península con sistemas hidráulicos, canales de transporte acuífero en razón de participación en los importantes beneficios sociales.

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