Andrés Aberasturi

Me voy a hacer estilista

«La carne que se come tiene una serie de tóxicos que acaban en el cuerpo. Con el pescado pasa igual». Así comienza el resumen que hace en su web el programa «Salvados» y que Jordi dedicó el otro día a lo que comemos. Lo vi de cabo a rabo; mi natural hipocondría me llevó incluso a tomar notas de lo que iban diciendo los catedráticos e investigadores sobre proteínas horripilantes, metales pesados y nada recomendables y toda clase de peligros que nos acechan. Si usted, por ejemplo, es muy dado a la sopa de bote (abrir, calentar y comer) y tendría que saber que se está envenenado y no por la sopa misma sino porque en el caldito quedan restos de la pintura interior del envase y es ahí donde está el veneno. ¿Cuántos botes de sopa habría que trajelarse para que eso llegara a ser un problema serio para su salud? Da igual, porque esa misma pintura o tratamiento o lo que sea, lo tienen también otros envases que no son necesariamente sopa de bote ¿Y de segundo? Pescado. Vale, ¿pero qué pescado? Huya de los depredadores longevos como el pez espada, el emperador, el atún rojo y el tiburón porque son como termómetros antiguos: están llenos de mercurio. ¿Carnes? Cualquiera sabe lo que les dan a los animalitos en el pienso y que luego termina en nuestro cuerpo: antibióticos, proteínas malísimas y toda clase de toxinas que se pueden pillar desde la salida del cerdo de la granja hasta que llega en forma de filete a nuestra mesa. ¿Postres? Mejor no hablar de las grasas malas y la bollería industrial. En resumen, que entre lo que uno ya sabía y lo que va descubriendo –y todo debe ser verdad– lo más recomendable es imitar a San Simeón el estilita y que el buen Dios provea. Lo difícil va a ser encontrar una columna libre de cargas y a buen precio.