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Merenguivisión

La Razón
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Si queríamos llegar al corazón de Europa a través del festival de Eurovisión, en vez de por Puigdemont, lo hemos conseguido. La cursilería, esos zapatos atados dos veces, nos precede esta vez en este devenir continental para el que no hallamos caballeros sin espada que nos defienda del maligno Fantomas de Gerona y de nuestro ministerio Louis de Funes. La pareja de la que todo el mundo habla, envidiables jóvenes con aspecto sanote, tiene tanta azúcar que debería estar prohibida por la asociación de dentistas. España, tan bronca y tan brava, tan rara, a la primera de cambio se pone merengona y sensiblera, encantada con una canción de princesita Disney interpretada por dos enamorados que se miran con tanto arrobo que ya se aprecia la mueca de asco que los años acabarán convirtiendo en una arruga.

No lo digo yo, diríase en trance de un don Pésimo del tbo, son los aprendizajes desviados de ver con mucho agrado películas de Woody Allen, ustedes perdonen este inciso sin remordimientos.

Que yo sepa ningún tuit de los políticos catalanes ha felicitado al chico de la pareja, y eso que simpatiza, o simpatizaba, y tiene todo el derecho, con la causa independentista. Oiga, o porque es catalán, que siempre se desea suerte a los paisanos. Claro que ayer los teléfonos del Parlament echaban humo, y no por el tono musical. Tampoco dio la enhorabuena Uxue Barkos a la chica, a la que llaman Amaia de España y es navarra. Hay cosas para las que España gusta, incluso en escenarios donde solemos hacer el ridículo como el de Eurovisión. La herencia franquista, diría el ex president, la añoranza de Massiel y el «La, la, la» del traidor Serrat.

Hemos pasado del 15-M y «L’estaca» a la canción blandengue. Tan distintos pero Igualados en tostón o tostín. Ahora todo tiene que estar igualado con algo. De lo contrario sería desigual a algo, y entonces no habría igualdad y casi casi que no podría escribir de ello. Si antes todo era exagerado, impuestazo, ley mordaza, etc, ahora se lleva lo diminutivo, amorcito, chiquitito, la canción de marras, y así.

Cuando un catalán gane Eurovisión podrá volver Fantomas a un país jibarizado al grito de «La miel os hará libres». Llevamos una canción aturdida en los sentimientos, falsa y, sin embargo, capaz de despertar a millones de personas de su letargo, tanto como para coger el teléfono y votar por ella. Lo único positivo es que la gente quiere recobrar la ilusión, aunque sea con un par de pagafantas, mustios en la flor de la vida. Sólo por eso merecen un premio.