Ángela Vallvey

Padres

La Razón
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Se oye mucho que «en la escuela se instruye a los niños, pero es en su casa donde deben ser educados». Es una vieja idea que igualmente se repetía en el siglo XIX. Intentaré explicar por qué no estoy de acuerdo con ella. Creo que a los niños, también y «sobre todo», se los debe educar en la escuela pública. Por «educación» entendemos la transmisión de habilidades y conocimientos, y asimismo la de creencias, hábitos, usos y costumbres, conductas, educación sexual, culturas y estilos, reglas de comportamiento, etc. Se dice que la instrucción que proporciona la escuela sería el volumen de conocimientos, y que el colegio no tiene la obligación de enseñar a los niños esa otra parte de la educación que se supone reservada a los padres: hábitos, creencias, reglas de comportamiento, usos, costumbres... Últimamente nos despertamos, horrorizados, con noticias como la de una niña de once años que ha dado a luz un hijo, producto del incesto presuntamente cometido con su hermano también menor; o niños que delinquen con la saña de viejos criminales o que cometen actos de barbarie repugnantes (violaciones en grupo, por ejemplo). Entonces, se oyen voces razonables pidiendo «educación». Y es cierto: la clave es la educación. Aunque esas mismas personas dicen que la educación hay que recibirla «en casa», no en la escuela. Sin embargo, pienso que la escuela está obligada a dar a todos los niños la educación que, evidentemente, muchos no reciben en casa. Si la obtuvieran, no tendríamos niños que cometiesen crímenes espeluznantes, incestos o violaciones. Está claro que muchos padres no pueden, no saben o no quieren educar a sus hijos. Y, por tanto, no hay que dejar en manos de tales padres la «educación» de sus niños. Eso sería abandonar a los chicos, desampararlos. En aras de la igualdad de oportunidades, la escuela pública está obligada a suplir lo que algunas familias son incapaces de ofrecer a sus hijos. La escuela debe formar ciudadanos. Si deserta de ese objetivo, estará contribuyendo a la desigualdad, agudizando la falta de oportunidades de muchos niños cuyos padres nunca les proporcionarán las herramientas que les permitan llevar una vida digna. Una en la que no tengan que robar, matar, violar, parir con once años.