Rosetta Forner

Pesadilla

La Razón
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Pablo Ibar lleva dieciséis años en el «corredor de la muerte». Si, finalmente, reconocen su inocencia, ¿quién le devolverá su vida? Su esposa dice que no sabe cómo puede aguantar tanto. La entereza moral y psicológica de algunos seres humanos es admirable, por cuanto son capaces de sobrevivir en las circunstancias más adversas sin volverse ni locos, ni cosas peores. Como en «La vida es bella», la realidad se disfraza de «juego» para poderla sobrellevar y que no cree un trauma imposible de borrar en la memoria de un niño. Empero, ni Pablo es un niño, ni su caso una película. Una pena de muerte y un campo de concentración se asemejan por la tortura psicológica que representa para el individuo inocente. Seguro que Pablo se habrá preguntado muchas veces: «¿Por qué a mí?». Nadie, excepto Dios, tiene la respuesta. Fe, esperanza y amor, son «medicinas» que nos ayudan a sobrevivir en un mundo injusto, pintando puertas donde sólo hay muros.

La privación de la libertad es el peor de los castigos para un ser humano, hasta que llega la privación de la inocencia y le envuelve con una culpabilidad que le es ajena. En el caso de «Hurricane Carter», un policía se empecinó en meterle en la cárcel: hay quien se erige en enemigo porque le habita el odio y el rencor, en lugar de la compasión para asumir que el culpable no siempre lo parece, y que el inocente, a veces, puede parecer culpable. ¿Cómo es que les cuesta admitir que las pruebas no demuestran que sea culpable? Y, si éstas no están claras, ¿por qué no aplican el «in dubio pro reo»? ¿Acaso necesitan un cabeza de turco a falta de los verdaderos culpables? A veces, la Justicia, en vez de velo, parece llevar la cabeza metida en un casco insonorizado, o algo peor.