
Iñaki Zaragüeta
Pujol, un culpable

Si en España hay cosas que no funcionan, en buena parte se debe a personas como la que ayer expresaba la denuncia, el ex presidente Jordi Pujol, a quien se le consintió durante décadas ciscarse en la Ley cuando le convenía. Si se le hubiera obligado a cumplir la Constitución y el Estatuto, el problema de la enseñanza de la lengua no hubiera adquirido la dimensión actual. Él y sus sucesores se han envalentonado gracias al consentimiento, si no dejación, de sucesivos gobiernos sobre ese asunto y algún otro. Tanto, que su propio sentido de la impunidad se transmitió a la familia con el desenlace de todos conocido.
Pujol contribuyó a la consolidación de la democracia. Estoy convencido, como todos los que vivimos la Transición. Pero, desde que abandonó la poltrona al vislumbrar la derrota, sus apariciones tomaron camino bien diferente, la disolución de lo logrado. Espero que no sea por resquemor a no lograr un reinado hereditario.
El ex presidente sabe mejor que nadie que la perfección es utopía, como que la actualidad evidencia margen de mejora en el funcionamiento de las instituciones. También sabe que la democracia está implantada en España y que, desde la «Politeia» de Aristóteles –«el gobierno de todos según las leyes establecidas»– hasta la famosa de Churchill «la democracia es el peor de todos los regímenes, excluidos todos los demás», constituye la base esencial en todo el mundo desarrollado y, más importante aún, de sus ciudadanos.
Lástima que su afirmación se base exclusivamente en un «tic» autoritario, en impedir a catalanes recibir educación en castellano. Así es la vida.
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