Política

Pilar Ferrer

Rajoy: «No me hagáis regalos, ya sabéis que no me gustan los pelotas»

La Razón
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Fue lo primero que les dijo nada más empezar el Consejo de Ministros: «En unos días cambio de dígito». Todos los miembros del Gabinete esbozaron un gesto de sorpresa, a excepción de la vicepresidenta y la ministra de Fomento. Soraya Sáenz de Santamaría, su colaboradora más cercana, y Ana Pastor, amiga personal de tantos años, sí estaban al tanto del cumpleaños del presidente. Sesenta exactamente, que inician ese cambio de década. Rajoy estaba relajado, satisfecho con los últimos datos económicos y de buen humor. «Os lo digo pero no me hagáis regalos, ya sabéis que no me gustan los pelotas», aseguró con esa sutil ironía que siempre le acompaña. En su entorno familiar y político la opinión es unánime. Mariano no ha variado su carácter y costumbres. «Sigue viviendo como un franciscano», afirma un antiguo amigo gallego, como prueba de su gusto por la sencillez, lejos de ostentación y alharacas.

A media mañana, cuando la reunión del Consejo se da un respiro y los ministros toman un tentempié, el presidente recordó la fecha que le vio nacer, un 27 de marzo de 1955 en Santiago de Compostela bajo el signo de Aries. Era un día soleado en que se celebraba un partido de fútbol histórico, Deportivo de La Coruña-Real Madrid. «Aquello fue una carajera, el médico estaba prevenido por si acaso, pero no le estropeé el partido porque vine al mundo a las doce en punto del mediodía, como tenía que ser», bromeó Rajoy con sus ministros. Después les comentó sus años en los Jesuitas de León, donde su padre estaba destinado, la dureza en la formación, el rigor en el estudio. «Por eso los de mi curso salimos muy listos, nada guapos ni presumidos pero tipos serios, unos cerebritos», les dijo entre risas. Así, entre libros y la cancha de baloncesto, entonces su deporte preferido, pasó Rajoy sus años de colegio hasta los dieciséis años en que pasó a Pontevedra. Quienes en estos años han estado cerca de Mariano Rajoy coinciden en que sus costumbres no han variado y la complicidad con su esposa Elvira es total. La vida en Moncloa no les ha subido el porte ni pavoneado el carácter. Algo que han trasladado a sus dos hijos, Mariano y Juan. El matrimonio no oculta su orgullo al hablar de ellos. «Son buenos chicos, tocamos madera». Rajoy y Elvira siempre les inculcan la misma idea: «Aquí se está de paso». Y la tónica de su vida familiar permanece intacta, con su piso en Sanxenxo, los amigos de siempre, los locales de juventud y la pandilla del Club Naútico donde ambos se conocieron. Nunca se les verá en fiestas de relumbrón social, yates de lujo o actos ostentosos. «Son muy normales», afirman quienes bien les conocen.

La vida familiar en La Moncloa comienza temprano. El despertador suena a las siete en punto y, si el tiempo lo permite, el presidente corre por los jardines durante una hora. En caso contrario, practica la marcha en una cinta instalada en el interior. Correr se ha convertido en algo indispensable para Rajoy. «Me despeja la mente y tonifica el cuerpo», asegura. En todos estos años, muy pocas veces ha dejado esta disciplina. En 2014, el día primero del año, uno de enero, porque llovía a cántaros en Galicia y no pudo salir a correr con su habitual compañero, José Benito Suárez, marido de Ana Pastor. También en febrero, la jornada antes del Debate de la Nación, y el treinta y uno de agosto porque el entonces presidente de la Comisión Europea, Von Rompuy, convocó un Consejo de urgencia. Por ello, Rajoy suele alojarse en hoteles que cuentan con gimnasio y así hacer su rutina diaria de cinta. «No perdona el ejercicio», cuenta un colaborador cercano. Además está muy delgado, fruto de una dieta equilibrada y la ausencia de su famoso puro. «Ni grasas, ni azúcar, ni habanos», comentan personas de servicio de Moncloa, cuya intendencia supervisa personalmente Elvira Rodríguez.

Si algún viaje oficial no lo impide, el matrimonio desayuna a las ocho en punto con sus dos hijos. «Intentamos convivir con absoluta normalidad», asegura el presidente. Cuajada con cereales, mucha fruta y café sin azúcar ocupan la mesa junto al abultado resumen de prensa. Los niños estudian en el Instituto Británico y se llevan muy bien con sus padres. El mayor, Mariano, es el más parecido a Rajoy. «Calmado y noblote, nunca se altera», en opinión de su madre. El pequeño es más inquieto, algo revoltoso y se ha hecho forofo del Atlético de Madrid. Aunque parece que no alardea mucho de ello ante su padre, «hincha» del Real Madrid. Ambos adoran Galicia, pasear por Sanxenxo, el parque de Las Palmeras o la playa del Silgar. Con su padre comparten la afición de la vela, que han aprendido en el Club Naútico. «A veces me ganan», dice el presidente sobre la destreza de sus hijos al timón.

Este sesenta cumpleaños le pilla a Mariano Rajoy en plena vorágine política. Con un trepidante año electoral que afronta con serenidad. «A pesar de las dificultades está contento por el trabajo bien hecho, ha sido muy duro remontar la crisis», opinan sus colaboradores. Elvira y los niños le harán regalos muy sencillos, propios de sus aficiones. Un chándal y zapatillas deportivas «para que las machaque bien corriendo», y un juego de escritura con diversos lápices que ocupan la mesa de su despacho en La Moncloa. A Rajoy le gusta subrayar y escribir con lápiz, mucho más que con bolígrafo o pluma. Según algunos psicólogos, ello es propio de personas con cabeza bien amueblada, carácter templado y limpieza de ideas. Tal sería el perfil del presidente, que pasará unos días en Doñana durante la Semana Santa. Le gusta la naturaleza, hacer senderismo bajo el silencio del Coto. Algunos amigos íntimos de Galicia le han hecho llegar libros. Entre ellos, una nueva edición de obras de Ortega y Gasset, el filósofo favorito de Rajoy. «Yo soy un liberal, por eso nunca podré ser nacionalista», suele decir el presidente. Y otra sobre los «cantares gallegos» de Rosalía de Castro, que le ha mandado su gran amiga Pilar Rojo, presidenta del Parlamento de Galicia. Las gafas le acompañan siempre, no ha perdido vista y mantiene las mismas dioptrías. Así se lo dijeron en el reciente chequeo médico que se hace todos los años en un hospital madrileño. Está en plena forma, con la cabeza despejada y el cuerpo bien delgado. Corredor empedernido, de fondo y con perspectiva, Mariano Rajoy a sus sesenta años lo tiene claro. Es un caminante de firme paso. En la vida y en la política.