Ángela Vallvey

Series

La Razón
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Leo mucho, pero la verdad es que ya no veo series de televisión. No tengo tiempo. El culebrón del presente me tiene absorta. (Y hasta «absorbida», que diría aquel). La actualidad política, para mí, ha sustituido al suspense de las series. La moda de estos tiempos ha impuesto un cierto gnosticismo ficcional a través de los seriales televisivos folletinescos. Los contemporáneos nos enganchamos al deseo de conocer los misterios salvadores de unas narraciones atractivas que logran mantener en casa, quietecitos y sentados, incluso a los psicópatas: las series televisivas viven una auténtica detonación de popularidad. La serie es una obra audiovisual que se divide en Episodios y se clasifica en Temporadas. Tienen una cuidada estructura narrativa, suelen ser de producción costosa, y cuando enganchan a una buena porción de público, le garantizan a la cadena unos ingresos fijos durante varios años.

Tengo más o menos comprobado que casi todas tardan 4 temporadas en comenzar a decaer. A partir del quinto año (las que consiguen llegar hasta ahí), suelen morir de éxito y emprenden un ocaso más o menos patético que reporta distintos grados de indignidad a sus creadores, y a los sufridos actores. Nada mejor que una buena serie de televisión. Hasta ahora. Porque, en nuestro país, la realidad ha venido a sustituir a la ficción con una fuerza extraordinaria: personajes públicos corruptos, chanchullos increíbles, robos espectaculares y/o remendones, «putillas de confianza», odios iberos, pasiones castizas, venganzas noveleras y cintas de vídeo...

Hay de todo. Y resulta tan impresionante, tan sugestivo, que con leer el periódico y ver los telediarios se puede satisfacer cualquier ansia de entretenimiento y/o emociones fuertes como las que, en el pasado, proporcionaba ver «Los Soprano» o «Narcos». La diferencia entre una vulgar serie televisiva y el serial de la situación, el reality-show público, es que éste último reporta todo lo interesante que acontece en la rúa del mundo de aquí, del «reino del devenir, de las tinieblas y el mal», que dirían los clásicos. Con lo que el espectáculo es mucho más bizarro, y la emoción está asegurada al no depender de unos guionistas que pueden perder la inspiración en la quinta temporada. Por eso ya no veo series. Paso las horas pegada a la realidad. Y no tengo tiempo ni de rascarme.