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Alfonso Merlos

Una peligrosa cuentista

Una peligrosa cuentista larazon

Una falsa. Con mucho peligro. Hay un pasaje del evangelio en el que los fariseos se rasgan las vestiduras ante de las palabras de Jesús en señal de duelo o ultraje, en un gesto en realidad de indignación fingida y patética. Ya es sospechoso que una señorita que en su vida ha firmado una hipoteca abandere la causa de los ahorcados por los bancos. No porque haya vivido de alquiler (¡sólo faltaba!), sino porque se ha infiltrado o ha pastoreado a violentos movimientos okupa. En efecto: la defensora de los derechos de los desheredados ha vapuleado en el pasado, con saña y alevosía, nada menos que el sagrado derecho a la propiedad privada que goza de la máxima protección en las sociedades abiertas.

La señorita Colau es una radical de tomo y lomo. No porque con sus propuestas haya tocado la raíz del problema del acceso a la vivienda. Al contrario. Lo es por haberse asociado con la extrema izquierda antisistema y totalitaria; con los «hoolligans» que se han entregado no hace tanto al asalto de consulados como los de Francia o Suiza; con los colectivos volcados en el respaldo anímico a los asesinos de ETA que han segado vidas humanas por centenares. Por sus hechos se la conoce. Y por sus degradadas y destructivas amistades.

No sólo eso. Esta decadente y dañina lideresa no está haciendo absolutamente nada por deslindar su ya descarriado rebaño de las autodenominadas coordinadoras anticapitalistas o antifascistas, que traen de cabeza a las fuerzas de seguridad del Estado por su naturaleza y vocación delictiva. Hablamos de peñas de iletrados que, con un par de lecturas panfletarias sobre maoísmo y leninismo, se fascinan con la acción directa: el uso de la fuerza por la fuerza con carácter netamente ácrata en su formulación doctrinal y subversivo en su finalidad última.

Y todavía más. La nueva abogada en jefe de los pobres resulta que es copartícipe de la tarea depredadora que sus filantrópicas asociaciones han perpetrado por sistema de fondos de todos los españoles. Así que con toda naturalidad han hecho clín–clín por valor de una morterada de millones en la caja de la Generalitat de Cataluña, del Ayuntamiento de Barcelona o de la AECI, en tiempos (¡ay ministra Calvo!) en los que el dinero público no era de nadie.

Los fariseos eran tenidos como personas piadosas y respetables por su capacidad de impostar, y demostraron en su momento la ignorancia a la que estaba sometida parte del pueblo judío. No seamos canelos. Ni ciegos. Sepamos ver qué ocultan estos hipócritas bajo los desgastados ropajes de la justicia social o la solidaridad. Nos conviene.