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Willy quiere un «Sálvame»

La Razón
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Cada vez que arrecia una polémica en la que los proetarras son protagonistas, aparece el actor secundario Willy Toledo a reivindicar un papel en la serie, aunque sea de extra, en las redes sociales, como el lunes, cuando colgó que la culpa de la agresión de Alsasua era de los guardias civiles. El delirio de las afirmaciones de este hombre con más afán de notoriedad que seso sólo se explica porque no quiere desaparecer entre la bruma del fracaso. Empuja para una cita en «Sálvame», en «La que se avecina» o en alguna tertulia en la que los frikis van tragándose a los periodistas como el fantasma del comecocos. Y ahí lo tienen. Como una Marujita Díaz de la progresía. Alguien que un día fue algo y acabó con aquello pelón y España enterándose.

Lo peor de todo, aunque tomemos a broma a tamaño botarate, es lo que subyace o se esconde entre ese bosque de palabras inculpatorias, siempre contra la Policía o la Guardia Civil. Debajo de los adoquines sigue palpitando un odio atroz por el que todos hemos ayudado a engendrar monstruos. Pocos españoles están libres de culpa de lo que hoy todavía pasa en Alsasua. El silencio y el desamparo con el que hemos acunado a las víctimas provocan ahora niños meones, que con sólo levantar la pata nos llenan de orín. Las heridas abiertas acaban infectándose hasta la gangrena. Es tarde para operaciones quirúrgicas de riesgo extremo, a corazón abierto.

Lo primero que debemos hacer es ponernos delante de la manifestación y defender a los inocentes y no mirar hacia el sol, que a los pocos segundos te ciega en la felicidad zen. Hemos dejado una banda de matones que a falta de bombas utilizan su propia hiel para vomitarnos encima. Y encima se ven como libertad de expresión las cosas de Willy y sus colegas, que tal vez en otras geografías no tan acomplejadas como la nuestra estarían consideradas un delito. ETA ya no mata a la antigua usanza, entre otras cosas porque no puede y nadie le perdonaría ya como a un niño malo que se pasó de la raya, pero provoca difuntos de razón. La consigna es no molestar. ¿Qué quedará de ese relato cuando hayamos muerto? Con sólo pisar Berlín, uno siente vísceras podridas bajo los pies. Quien pone en duda quiénes son los criminales, como ahora Willy Toledo, como allí los neonazis, que ya no podrán ir de excursión a la casa de Hitler porque la van a derruir, acaba ante un juez. Esta historia del fin del terrorismo se está escribiendo como una comedia de situación, que para qué vamos a dramatizar con todo lo que nos está cayendo. Hasta Pablo Iglesias sirve de muleta a lo que no debiera ser ni de izquierdas ni de derechas. ¿Qué pinta Podemos haciendo manzanilla de un café amargo? Lo de Willy Toledo, volviendo al ruin, es el deterioro de una frivolidad dolorosa. Una actuación histriónica, tan española, que daría miedo a malhechores y piratas con burundanga. Si la paz era esto, es que algo se hizo mal en la guerra.