Tribuna
Las danas que fueron, y las que serán, ¿hemos aprendido algo?
No podemos actuar sobre la lluvia, pero sí sobre los demás factores determinantes del riesgo
Según los registros documentales y paleohidrológicos, las danas (algunas con consecuencias catastróficas), han sido una constante en nuestro país, especialmente en el ámbito mediterráneo, desde hace milenios. Hemos de convivir con ellas y cuesta entender que no hayamos aprendido a hacerlo mejor.
Los datos de las últimas décadas muestran tendencia al aumento de la frecuencia e intensidad de estos fenómenos, debido al cambio climático. La previsión es que sigan aumentando. Parecería esperable que también aumenten las catástrofes que causan. No necesariamente ha de ser así, si gestionamos las cosas adecuadamente. Y es posible hacerlo.
Para que una dana sea catastrófica (represente un riesgo) hace falta (además de lluvias intensas, por supuesto) que: a) una parte importante de la lluvia (peligro o amenaza) no se infiltre en el terreno, discurra en superficie y vaya a engrosar los caudales de ramblas y arroyos; b) haya personas o elementos materiales en zonas afectables por las aguas desbordadas (exposición); c) dichas personas o bienes no sean resistentes a la acción de las aguas y lo que arrastran (vulnerabilidad). Sin la conjunción de estos factores, la probabilidad de daños significativos es mínima.
No podemos actuar sobre la lluvia, pero sí sobre los demás factores determinantes del riesgo. Es interesante señalar (Nature 2023) que la frecuencia de las inundaciones en Europa aumentó desde finales del siglo XIX hasta principios del presente, pero ha disminuido en las últimas dos décadas. Eso, a pesar de la tendencia al aumento de las precipitaciones intensas. Otros resultados científicos (Geomorphology, 2024) muestran que, desde principio del siglo XX, el aumento de la frecuencia de los desastres por inundaciones en todo el mundo, se correlaciona mucho más estrechamente con el aumento de actividades humanas que alteran el terreno, que con la variación de las lluvias. También, aumento durante el siglo XX y tendencia a la disminución en el actual.
Esto sugiere que los cambios en el terreno (cobertera vegetal, roturaciones, excavaciones, expansión urbana, infraestructuras, etc., que intensifican la respuesta hídrica del suelo) tienen más influencia en el aumento de estos desastres que los cambios en las precipitaciones (que también influyen). Además, que deliberadamente o no, se está actuando sobre los factores que no son las lluvias (respuesta del terreno, exposición, vulnerabilidad).
Algunos ejemplos. En muchas zonas del ámbito mediterráneo se han abandonado cultivos aterrazados que se han ido derrumbando, o se ha eliminado la cobertera vegetal para implantar cultivos que dejan el suelo desnudo gran parte del año, se han impermeabilizado grandes extensiones con edificios, calles, aparcamientos, invernaderos, infraestructuras, etc. Eso reduce la infiltración, y una mayor proporción de la lluvia llega a los cauces.
En las últimas décadas se han implantado muchas construcciones (viviendas, residencias de ancianos, hospitales, escuelas, fábricas, etc.) en zonas inundables. En octubre de 2024, el 22% del PIB de Valencia se encontraba en la zona afectada por las inundaciones de la dana. Se estima que el 9% de las viviendas en España están en zonas inundables, y que durante el «boom» inmobiliario se construyeron en ellas unas 358.000 viviendas. La exposición está aumentando, a pesar de que España cuenta con un buen Sistema Nacional de Cartografía de Zonas Inundables (SNCZI, de libre acceso).
Con lo que no cuenta es con planificación urbana que obligue a aplicarla adecuadamente. El 62% de los municipios tienen planes de urbanismo anteriores a 2000 (previos a la Estrategia Territorial Europea para un desarrollo sostenible,1999). Solo un 14% de los municipios han revisado su planeamiento desde 2015, cuando se modificó la ley del suelo (proporcionando directrices para la cartografía de riesgo).
El panorama tampoco es optimista para la vulnerabilidad. Los daños a personas (y vehículos) se pueden reducir de manera considerable con sistemas de alerta y alarma. La AEMET tiene un sistema de pronósticos a plazo de días y horas. Las cuencas hidrográficas cuentan con sistemas automáticos de información hidrológica (SAIH), que proporcionan información sobre niveles y caudales para los principales ríos y afluentes. Ambos permiten emitir avisos con antelación suficiente en la mayoría de los casos. Pero para que los avisos funcionen, los servicios de gestión de emergencias deben emitir las alarmas correspondientes con agilidad, y la población debe estar preparada para actuar. Y eso no parece haber funcionado bien en muchos casos, por ejemplo, durante la dana de octubre de 2024.
También se puede reducir la vulnerabilidad con actuaciones de tipo preventivo. Por ejemplo, no debe haber personas con movilidad reducida en bajos inundables, ni plantas bajas habitadas sin comunicación con pisos más altos. También se pueden hacer edificios a prueba de inundaciones, como por ejemplo el de IKEA, en Valencia, construido sobre pilotes.
Estos temas se trataron en la RAC durante el curso 2024-25, en varias sesiones científicas, que el Académico José Manuel Moreno ha recogido en un detallado informe (en el que se apoya en parte este artículo). Conviene reflexionar sobre ese informe, y sobre la abundante literatura científica relativa a estos procesos, para extraer lecciones que deberíamos haber aprendido. Sobre todo, los gestores de la cosa pública, pero también la ciudadanía, que a todos nos toca.
Las danas probablemente serán más frecuentes e intensas en el futuro. Para reducir los daños, la prevención debe pivotar sobre tres ejes: planificación y gestión del territorio, preparación de la población para la emergencia, mejora de los sistemas de vigilancia y aviso. Hay conocimiento científico y herramientas suficientes para ello. No está claro que el sistema de gestión permita hacerlo.
Antonio Cendrero. Catedrático (jubilado) de Geodinámica Externa. Académico de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de España.