Sin Perdón
La descomposición del sanchismo
«España espera una regeneración política que tiene un nombre: acabar con el sanchismo»
La Historia se repite. Lo vivimos en 1996 y en 2011, antes de las victorias del PP, con la descomposición de los gobiernos socialistas. Las encuestas muestran el fracaso de Sánchez, que no consigue que funcione su campaña del miedo. No es la primera vez que el PSOE utiliza esta estrategia. La izquierda se juega sus pesebres y está dispuesta a todo con tal de mantenerlos. A pesar de la escandalosa utilización de los recursos públicos al servicio de la reelección del candidato socialista y del consejo de ministros como instrumento propagandístico, la sociedad está cansada del sanchismo. Es lo mismo que sucedió en el pasado. Una vez más se intenta tapar la mala gestión y el sectarismo con las baratijas ideológicas de la izquierda más fanática de Europa. El PSOE ha dejado de ser socialdemócrata para convertirse en sanchista, que es una concepción reduccionista del socialismo que rompe con la herencia de Felipe González. Es la recuperación del espíritu del Pacto del Tinell. Es legitimar los pactos con los enemigos de España, porque lo único que le interesa a su líder es asaltar el poder.
La teoría sanchista se basa en la cesión permanente con los independentistas y el antiguo aparato político y militar de ETA. Lo llaman pacificación. Es incorporar en el gobierno a los comunistas y los antisistema que quieren destruir el Ordenamiento Constitucional. El debate a siete esta semana en TelePSOE puso de manifiesto esta realidad. La falsa pluralidad de partidos se refleja en unas formaciones nacionalistas que quieren la continuidad de Sánchez para seguir debilitando al Estado en sus territorios como sucede con ERC, PNV y EH Bildu. Es lógico que no quieran que gobierne el PP. Es evidente que tampoco puede negociar con una formación como Sumar, que tiene dieciséis partidos comunistas y antisistema en su seno. Uno de los grandes «éxitos» del sanchismo ha sido blanquear la participación del comunismo en el gobierno, a los dirigentes del aparato político y militar de ETA y a los independentistas. Es un legado que tendrá que revertir el PP con el apoyo del sector socialdemócrata del PSOE. Por supuesto, es necesario derogar sus leyes, como hizo Zapatero con la obra de Aznar, porque es lo que quieren los votantes de centro derecha. Es el legítimo derecho que tiene un gobierno cuando gana unas elecciones.
Sánchez fue un colaborador inapreciable para que Ayuso y Moreno lograrán la mayoría absoluta en Madrid y Andalucía, por lo que creo que su obcecación permitirá que Feijóo pueda gobernar en solitario. La descomposición de su obra se comprueba con los intentos de los conseguidores socialistas de tender puentes hacia el PP. Un cambio de gobierno hará que pierdan sus suculentos negocios, así como el control de TelePSOE que es una fuente de opíparos ingresos para las productoras amigas. Hay un entramado organizado alrededor del poder socialista que será necesario desmontar con el nombramiento de gestores profesionales e independientes al frente de las fundaciones, instituciones públicas y el sector empresarial. Hay muchos sanchistas de billetera que eran, precisamente, furibundos antisanchistas. No me cuesta mucho recordar los tiempos previos a la moción de censura cuando se dedicaban a ponerle a parir. El centro derecha espera que Feijóo no caiga ni en la tecnocracia ni en el neosorayismo de los aprovechados que se acercan presurosos en ayuda del vencedor.
El candidato popular reclama los 20 escaños que necesita para gobernar en solitario. Los tiene al alcance de su mano, pero pasa por comprometerse con derogar el sanchismo. Cuantas más veces lo diga será más convincente. En su lugar daría a conocer la lista de leyes y reales decretos que piensa derogar. No me refiero a cambiarlos, porque eso no es suficiente. No logrará el aplauso de la izquierda mediática o de los periodistas que apoyaban a Ciudadanos, pero no los necesita para nada. España espera una regeneración política que tiene un nombre: acabar con el sanchismo. No se trata de hacer un maquillaje o afrontar el reto de reducir la deuda pública y el gasto, sino de combatir la ideología sectaria y fanática del sanchismo con el respeto del Ordenamiento Constitucional, la independencia de los organismos reguladores y de la Justicia, la extinción del clientelismo y no hacer las leyes para complacer a los comunistas, los independentistas y los herederos de ETA.
Una democracia no puede reformar el Código Penal para beneficiar a los enemigos de la Constitución. Es verdad que Feijóo no contará con el apoyo del «pluralismo» que representan los amigos de Sánchez, pero no es un demérito sino el mayor mérito que se puede otorgar a un partido constitucionalista. Por tanto, Feijóo lo tiene bien en la recta final de la campaña si insiste en derogar el sanchismo, denunciar sus pactos y comprometerse con la regeneración de España. Por supuesto, ese cambio profundo pasa por que no aproveche los instrumentos que ha utilizado Sánchez para ejercer su autoritarismo democrático en el Congreso y el Senado. Hay que recuperar la separación de poderes, porque España ha sido y tiene que volver a ser una gran democracia. Un referente de respeto a las instituciones y de despolitización del Poder Judicial, incluyendo, tal como establece la Constitución, a la Fiscalía. La seguridad jurídica es un elemento fundamental de la arquitectura constitucional. Sánchez ha mostrado un absoluto desprecio por la Justicia, como se ha visto con los titulares del ministerio, el Consejo de Estado, el Tribunal Constitucional y el de Cuentas. España necesita un Gobierno que respete, también, a los funcionarios y a la Administración y, sobre todo, que no la convierta en el brazo armado del partidismo y el clientelismo.
Francisco Marhuendaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)
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