Opinión

Déspotas

El encuentro en el cosmódromo de Vostochni es un encuentro de dos hombres desesperados que se necesitan mutuamente

El encuentro entre Vladimir Putin y Kim Jong Un en la lejana Siberia es en sí mismo una metáfora de su aislamiento en la comunidad internacional, pero también revela un estrepitoso fracaso diplomático de la Gran Rusia (otro más). Estaba previsto que la reunión entre los déspotas siguiera al foro de Vladivostok. Precisamente en esta conferencia económica se había producido el último encuentro entre Putin y Kim fechado en 2019, antes del estallido de la pandemia del covid-19 y de que Corea del Norte cerrase sus fronteras a cal y canto. Vladivostok pretendía ser la respuesta de Rusia al foro de Davos. En alguna de sus ediciones llegó a contar con la participación del presidente chino, Xi Jinping, y con delegaciones de alto nivel de Japón y Corea del Sur. En 2023, el jefe del Kremlin se conforma con recibir al «brillante camarada» norcoreano que ni siquiera acudió al foro económico. Los dos dictadores se vieron en el cosmódromo de Vostochni para que el presidente ruso pudiera presumir ante su colega norcoreano de tecnología satelital. En Putin y Kim todo es superlativo. El «comandante» prometió «estar siempre junto a Rusia» en la «guerra santa» contra Occidente. La escena daría risa si no fuera por la crueldad de sus protagonistas. El presidente ruso ha convertido el conflicto en Ucrania en una trituradora de carne que esta misma semana se ha cobrado la primera víctima española, la cooperante catalana, Emma Igual. Un asesinato que no debe quedar impune y que atestigua sus crímenes de guerra.

La reunión de Vladimir Putin con Kim Jong Un es sobre todo y ante todo un intento de dos hombres desesperados por apuntalarse mutuamente mientras hacen frente a sus propias crisis. Putin quiere abastecerse de las fábricas de municiones de camarada rojo y de su enorme almacén de armamento soviético obsoleto. Mientras Kim necesita los cereales rusos (y ucranianos bloqueados en el Mar Negro) para alimentar a sus 25 millones de habitantes, pero también desea ser rehabilitado en la escena internacional tras su encierro pandémico y sus «bis a bis» con el expresidente Donald Trump. Ambos se necesitan mutamente en sus crecientes enfrentamientos con Occidente.

Los dos déspotas salieron de su encastillamiento en Vostochni. Desde hace un año y medio, Putin apenas ha salido de su búnker del Kremlin, impedido de viajar a muchos países por una orden de detención internacional lanzada por la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra cometidos en Ucrania. Kim, que acaba de abrir las fronteras de Corea del Norte tras cuatro años cerradas por el covid-19, ha dependido durante mucho tiempo más de China que de Rusia para su apoyo económico y diplomático en el exterior. Su largo viaje de 20 horas en tren a Rusia en lugar de a China podría interpretarse como un desaire a Pekín, que se ha mostrado muy distante en sus comentarios sobre el encuentro. El resentimiento de Pyongyang por las sanciones internacionales impuestas para frenar su programa nuclear, apoyadas tanto por Moscú como por Pekín, también puede estar detrás de las herméticas relaciones entre los tres países. Putin, inmerso en una guerra ilegal que viola todos los tratados internacionales, se muestra ahora dispuesto a incumplir sus propias resoluciones. Es otro ejemplo de su desesperación.