El trípode

La dignidad y la indignidad en el 12-O

Hemos vivido un año más la conmemoración de nuestra Fiesta Nacional que, a la vista de la situación nacional que afrontamos, resulta más necesaria reivindicarla, si cabe, que nunca

Hemos vivido un año más la conmemoración de nuestra Fiesta Nacional que, a la vista de la situación nacional que afrontamos, resulta más necesaria reivindicarla, si cabe, que nunca. Una jornada marcadamente señalada por tener un Gobierno en funciones, con un presidente derrotado en las urnas cuyo objetivo esencial es seguir una temporada más instalado en La Moncloa al precio que sea. Sus socios y aliados no ocultan quiénes son ni cuáles son sus objetivos políticos, ubicados en las antípodas de la dignidad y el respeto mínimamente debidos a España y los españoles. Sus portavoces ni siquiera se dignan acudir a La Zarzuela para cumplir con lo dispuesto con claridad en la Constitución en su artículo 99, ni tampoco a los actos de la Fiesta Nacional. Ni al desfile de nuestras Fuerzas Armadas –con Aragonès de ERC y Urkullu del PNV, únicos presidentes autonómicos ausentes del mismo–, ni a la posterior recepción en el Palacio Real.

Con esos apoyos políticos nítidamente antiespañoles, Sánchez resulta ser más Sanchezstein (Rubalcaba dixit) que nunca para millones de españoles, significando su presencia la cruz de la Fiesta Nacional. Y se queja de que le abucheen los asistentes, aunque les sitúen a centenares de metros de él durante los actos para intentar evitarlo. Tener como socios prioritarios a Otegi y Puigdemont –personajes que literalmente desprecian a España y a los españoles– resulta inconcebible e inimaginable en cualquier país de nuestro entorno, europeo y de más allá. Y Sanchezstein se permite acusar a la oposición de ser los responsables de los pitidos y abucheos contra su persona. Debería prepararse para lo que le espera si resulta investido como parece, pues jamás Otegi, Puigdemont y compañía van a tener en La Moncloa a un personaje como éste, y no van a desperdiciar la oportunidad de seguir teniéndolo.

Pueden imaginarse la reputación de España en el ámbito internacional, y los que pagan el coste son nuestro interés general y el bien común, además del intangible desembolso en términos de autoestima y dignidad por el atropello e infamia que representa para los españoles lo que está haciendo.

Una cosa es ser de derechas o de izquierdas y «progresista», y otra muy distinta carecer de respeto a la palabra dada, mintiendo a los ciudadanos en cuestiones esenciales y no disponibles por él, simplemente para su satisfacción personal. Para el año próximo, si sigue ahí, mejor que prepare un «oportuno covid» para excusar su asistencia a los actos de la Fiesta Nacional, porque no hay distancia que pueda impedir expresar el rechazo a su conducta.