Letras líquidas
El disputado voto del señor cartero
Se nos ha colado en la campaña otro tipo de voto, inesperado, el más temido en cualquier estado de Derecho y del que nos creíamos a salvo: el fraudulento
Escribió Delibes, allá por 2008, que «con el paso del tiempo, el voto del señor Cayo ha quedado como ejemplo o símbolo del voto popular, el voto de la gente sencilla pegada a lo cotidiano». Lo hizo en el prólogo de «El disputado voto del señor Cayo», novela convertida en icono no solo de los intereses políticos por los cargos, más allá de las preocupaciones reales de los ciudadanos, sino referente de cómo las citas municipales con las urnas nos retratan y desnudan como sociedad. Si hay unos comicios que reflejan la idiosincrasia de un país, de una comunidad, de un grupo humano, el que sea, son éstos. Los que acabamos de celebrar ahora. Tan cercanos al terreno y tan alejados (aparentemente) de la gran política, tan parecidos en unos y otros territorios y, a la vez, tan diferentes entre sí. Lo local retando a lo global y amplificándose en miles de historias: tantas como municipios.
Y en esa disparidad de claves, atendiendo a los distintos criterios para ir a depositar el voto, la cuestión, a priori, parecía dirimirse en si primaba el útil o emergía el oculto, pero se nos ha colado en la campaña otro tipo, inesperado, el más temido en cualquier estado de Derecho y del que nos creíamos a salvo: el fraudulento. Los procesos electorales en España son, desde hace décadas, ejemplo en el mundo: por rapidez, eficacia e higiene democrática. Un orgullo del que solemos hacer gala ante la lentitud o los problemas que apreciamos más allá de nuestras fronteras. Pero, además de esto, que es cierto, esos votos tramposos han evidenciado algo más.
Y es que conectan, directamente, con nuestro carácter más español que, aunque pueda parecerlo, no recae en esa picaresca tan «tormesiana» que, a veces, creemos que nos identifica. No. La reflexión que merece, aunque vengamos de la noche electoral, apremiados por las urgencias de las combinaciones de gobiernos locales y autonómicos, nos lleva a un análisis de nuestra esencia. La legislación del voto por correo, la única vía de agua que puede detectarse en el sistema electoral no es una novedad: ya era conocida. Tanto que el Supremo alertó en 2021 de los riesgos y tanto que, en numerosas ocasiones, se ha apuntado a la necesidad de reforzar los mecanismos de control que frenen a delincuentes electorales. Y esto sí que conecta con un rasgo irremediablemente patrio, con ese postergar asuntos sustanciales. Que hoy hablaremos de marea azul, de ganadores, de perdedores (obvios ambos) y de pactos. Lógico. Pero mañana, sin falta, hagámosle un hueco a la reforma del sistema del voto por correo. Por favor.
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