
Siria
El yihadismo ataca Turquía para forzar su islamización

Mientras los países europeos extremaban las medidas de seguridad durante los días de Navidad y, de manera especial, ante las aglomeraciones de Fin de Año, el terrorismo (aunque todavía no se han identificado a los autores, por el método y objetivo todo indica que estamos ante un nuevo ataque yihadista) ha golpeado a Turquía, que se ha convertido en un blanco prioritario. La elección de una discoteca de Estambul para perpetrar el último atentado de los yihadistas puede tener una explicación muy sencilla, pero hay que tener cuidado con los diagnósticos simplones y las soluciones aún más básicas, que son las que suelen emplear los populistas que se abren paso ahora en Europa. De lo que sí podemos estar seguros es de que se ha repetido el mismo «modus operandi» que en el ataque a la sala de conciertos Bataclan en París, la noche del 13 de noviembre de 2015, en el que murieron 89 personas. Como en este caso, en la discoteca Reina, situada a orillas del Bósforo, el ataque se produjo con armas largas de asalto y las víctimas se encontraron sin escapatoria. La elección de un local de ocio, además de ser un objetivo fácil en el que se puede causar un alto número de víctimas indefensas, encierra un mensaje simbólico: es un ataque a un espacio de libertad y tolerancia frente a las prohibiciones impuestas por las lecturas más fundamentalistas de la «sharia». Si algo quiere destruir el yihadismo es el modo de vida de las sociedades abiertas y sus expresiones de libertad. Con el atentado de Estambul en una sala frecuentada por los sectores sociales más liberales y laicos, se lanza una clara advertencia contra los intentos de apertura del país ante el influjo radical. De hecho, las autoridades religiosas turcas habían prohibido celebrar el nuevo año por tratarse de una fiesta no musulmana. La elección de Turquía es clave en estos momentos. Se trata de un país fronterizo con Siria, donde se está librando una cruenta guerra con diversos actores entrecruzados: la lucha de los rebeldes contra el régimen dictatorial de Bachar al Asad y de éste contra el Estado Islámico, que aspira a instaurar un califato. En este avispero, donde intervienen las potencias internacionales, especialmente Rusia y los aliados encabezados por Estados Unidos, Turquía ocupa un papel central. Los países occidentales han expresado con rotundidad que hay que defender el sistema de libertades democráticas frente a los ataques de la yihad, como así lo ratificó Angela Merkel tras el atentado en el centro de Berlín que costó la vida a 12 personas que fueron atropelladas por un camión en un mercadillo navideño el pasado 19 de diciembre. Sin embargo, es una incógnita la reacción del régimen de Recep Tayyip Erdogan ante una escalada de atentados como el reciente y el que acabó con la vida del embajador ruso en Ankara, o ante actos tan siniestros como la difusión por parte del Estado Islámico de un vídeo de dos soldados turcos quemados vivos. El año que acaba de terminar es el que ha presentado peor balance en Turquía de víctimas a manos de grupos terroristas, sean kurdos o islamistas, con 300 muertos. Como siempre, la estrategia del terrorismo no es otra que la de cuanto peor, mejor. Todos los países europeos y el conjunto de las sociedades democráticas somos un objetivo del yihadismo y es tanto necesario mantener la unidad entre todos los países como frenar las soluciones populistas de cierre de fronteras y de recortar los derechos civiles dentro de la UE. La clave está en saber si Erdogan sabrá mantenerse en el islamismo moderado que preconiza.
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