Gobierno de España

Franco no sirve de cortina de humo

No debería confiar demasiado el Gobierno en que la pretendida exhumación del cadáver de Francisco Franco –que ayer cumplió un nuevo trámite parlamentario– vaya a servir de cortina de humo eficaz para ocultar una gestión que, a medida que pasa el tiempo, se vuelve más errática e inestable. Lo cierto es que ni los ciudadanos, salvo una minoría de irreconciliables, se sienten concernidos por la obsesión antifranquista del actual Ejecutivo ni la oposición va a caer en la trampa pueril que, en el fondo, pretende deslegitimar una Transición que dio paso a una de las democracias más impecables de Europa. En este sentido, basta con señalar el desatino que supone que un partido separatista catalán aproveche la tramitación de la reforma de la Ley de Memoria Histórica para tildar, en una enmienda anunciada, de «franquista» al actual Estado español, para alertar de las consecuencias de este revisionismo histórico de parte. En realidad, como ya hemos señalado anteriormente, desenterrar a Franco no tiene la menor virtualidad sobre la sociedad española de hoy y, mucho menos, aporta solución alguna a los complejos problemas que la aquejan. Sírvanos como argumento la reacción de la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, quejándose amargamente de que los medios de comunicación estuvieran más atentos a la peripecia de la tesis doctoral del jefe del Ejecutivo, Pedro Sánchez, que al «acontecimiento histórico» de la convalidación en el Congreso del decreto ley que pretende dar cobertura jurídica a la exhumación de los restos del dictador. La cuestión, por supuesto, no admite muchas discusiones, puesto que es difícil sostener que la controvertida tesis sirva a efectos de distracción para «las derechas», –en la terminología de los años 30 del pasado siglo que el PSOE ha vuelto a poner en uso– cuando todos los políticos son conscientes que una acusación de plagio o de irregularidades en el proceso de obtención del grado de doctor lleva, siempre que se pruebe, aparejada la exigencia de dimisión. Es decir, que el envite era los suficiente grave, más aún tras lo sucedido con la exministra de Sanidad, Carmen Montón, como para que la ciudadanía le prestara la máxima atención. De hecho, y suponemos que la vicepresidenta Calvo estará de acuerdo, el propio Pedro Sánchez ha decidido digitalizar y permitir el acceso libre en internet a su investigación de doctorado, rectificando su primera decisión, sin duda, preocupado por la amplitud que adquiría la controversia. No. Desenterrar a Franco podrá tener alguna virtud, que a nosotros no se nos alcanza, pero, desde luego, no la de ejercer de muleta ante los previsibles, por lo ya visto, nuevos descalabros del Gobierno. Porque de la misma manera que los ciudadanos no están pendientes de las obsesiones franquistas de esta izquierda, sí hay muchos que empiezan a estar muy preocupados por una acción gubernamental que cosecha más rectificaciones que aciertos y que el rodillo de la propaganda no consigue disimular. Además de Franco, incluso en lugar de Franco, el presidente Sánchez debería preocuparse de la descoordinación de sus ministros, con errores clamorosos como el que ha podido costarnos seis mil puestos de trabajo en los astilleros de Cádiz; de la persistencia del desafío separatista en Cataluña, donde su política de distensión no parece causar efecto alguno, y de unos indicadores negativos para el proceso de recuperación de España, que no pueden afrontarse con las fórmulas mágicas de los populistas de Podemos. De nada vale exhibir el cadáver de Franco si no se es capaz de aprobar unos Presupuestos del Estado que ayuden a mantener el impulso económico, no que lo cercene. Al final, el humo siempre lo disipa una ráfaga de aire fresco.