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Grecia, como advertencia
C on la única oposición de la izquierda radical –la misma que se decía identificada con el actual Ejecutivo heleno–, el Congreso de los Diputados ha dado su respaldo al tercer rescate a Grecia y a la participación de España en la financiación del mismo. No era una cuestión menor, por cuanto el Gobierno español deberá comprometer otros 10.150 millones de euros de asistencia financiera a Grecia –que elevan a un total de 34.000 millones de euros el esfuerzo de España en ayuda de los griegos– , pese a las dificultades económicas propias y a que nuestro país es uno de los menos expuestos a las consecuencias de un colapso de la economía griega. Aun así, nadie desde la racionalidad puede negar la conveniencia de una decisión encaminada a reforzar la cohesión política de la Unión Europea y a mantener la credibilidad de la moneda única frente a los mercados internacionales. Ciertamente, no se puede obviar que persiste la desconfianza sobre la capacidad y, sobre todo, la voluntad de los griegos para llevar a cabo el amplio paquete de medidas de ajuste y reformas impuesto por Bruselas, cuyo incumplimiento hará estériles todos los esfuerzos solidarios de los contribuyentes europeos que son, en última instancia, los que pagan con sus impuestos la nueva inyección financiera. De ahí que haya sido pertinente la intervención del ministro de Economía, Luis de Guindos, exponiendo ante la Cámara las derivadas políticas de la crisis griega puesto que, en realidad, lo que subyace en todo este embrollo es hasta qué punto la legitimidad que otorgan las urnas puede pasar por encima del marco institucional y los tratados comprometidos. Más aún, cuando hay daños evidentes a terceros, que en el caso español se cifran ya en una pérdida implícita de 1.500 millones de euros, por la diferencia entre los intereses pagados y cobrados de nuestra participación en los dos primeros rescates. Por supuesto, no se puede negar que la situación que ha llevado a Grecia a las puertas de convertirse en un Estado fallido viene de lejos y, en puridad, sería imputable a los gobiernos que se han sucedido en el país desde antes de su incorporación al euro, pero lo cierto es que Grecia, a raíz de la intervención europea, había conseguido enderezar el rumbo y daba los primeros resultados económicos positivos gracias a un enorme esfuerzo que, sin embargo, no fue bien comprendido por el conjunto de la ciudadanía. Sobre ese cuerpo social atribulado por las dificultades y la escasez de recursos operó la demagogia populista con las consecuencias de todos conocidas. Hoy, Grecia vuelve a la casilla de salida de la crisis, con un panorama por delante lleno de incertidumbres y muy poco alentador. Una advertencia diáfana sobre los riesgos de escuchar los cantos de sirena de los demagogos.
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