Cataluña

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En el embrollo separatista de Cataluña, una de las variantes principales, tal vez determinante, es el futuro del supuesto territorio escindido en relación con Europa. A nadie se le escapa –y menos aún a la propia clase gobernante de la comunidad– el peso de la UE en la economía española y, por ende, en la catalana. De ahí la insistencia de Artur Mas y la nomenclatura separatista en proclamar el europeísmo más acendrado y la convicción de que esa Cataluña independiente no dejaría de pertenecer al espacio de la Unión. Por supuesto, ellos saben, como lo conoce cualquier persona medianamente informada a la que no ciegue la fiebre secesionista, que expresan un deseo, pero nunca la realidad. O, más sencillo todavía, que mienten a sabiendas de que el desenlace sería radicalmente distinto. Ayer, Artur Mas insistió en esa ficción, en sus guiños a Europa: «Saben muy bien que las fronteras son del pasado y que no se pueden volver a levantar». El trabajo por parte del aparato de propaganda de Mas ha sido, no obstante, eficaz. Según un sondeo que publica hoy LA RAZÓN, la mayoría de los ciudadanos (50,2%) cree que Cataluña no sería excluida de la UE en caso de alcanzar la independencia. Obviamente, una mentira repetida mil veces puede convertirse en una ilusión, pero no siempre en una certeza, que es el caso. Europa lo ha manifestado en varias ocasiones en las últimas semanas: Cataluña, como cualquier otro territorio segregado, se quedaría fuera de la UE. Y a la contundencia retórica se le sumó la gestual, con el portazo de Durao Barroso y Van Rompuy a Artur Mas. Hay, por supuesto, quienes, enfrascados en el desvarío, apuestan por la independencia aunque suponga quedarse fuera de Europa –un 43,7%, según la encuesta–, pero la desinformación y la manipulación promovidas por la Administración catalana están impidiendo que sepan realmente a lo que se exponen. Los catalanes deberían conocer que la independencia abocaría a Cataluña a la quiebra de forma inmediata, según el consenso de los analistas, que concreta que el nuevo ente nacería con una deuda que podría triplicar a la actual. Hoy por hoy, la economía catalana es calificada de bono basura, no recibe crédito de los inversores y se mantiene gracias al soporte financiero del Estado, que ya ha insuflado 20.000 millones de euros en sus arcas. Llegados a este punto, convendría que desde los poderes del Estado se insistiera en la pedagogía de la verdad. Cataluña y también el País Vasco –Andoni Ortuzar aseguró ayer en el Alderdi Eguna que «Euskadi será una nación europea»– deben asumir que Europa, y todo lo que ello supone, pasa por su pertenencia a España y que, fuera del marco jurídico actual, las consecuencias serían dramáticas. No hablamos de jugar con fuego, sino directamente de quemarse a lo bonzo.