Letras líquidas
Europa o lo que Churchill nunca dijo
El aspecto clave es el reparto del poder en el Parlamento europeo, el peso que tendrán las familias políticas, las encargadas de detallar todas las legislaciones futuras
La primera vez que la escuché estaba en clase de Derecho comunitario. Desde entonces, la referencia a la conversación entre Winston Churchill y Lady Astor se hizo recurrente. Durante una cena en Londres los dos políticos debatían distendidamente sobre Europa, la relación entre los países que la forman y la posibilidad de futuras cooperaciones o alianzas hasta que, en un momento dado, la conversación subió de tono y la que fuera primera mujer electa del Parlamento británico le espetó: «Si usted fuese mi marido, le pondría cianuro en el café», a lo que Churchill respondió: «Señora, si usted fuera mi mujer, ¡yo me lo bebería!». Tuvo que pasar un siglo para que el suplemento literario de «Times» desmontara el relato y descubriéramos que lo que creíamos anécdota era, en realidad, leyenda. Aunque el intercambio de ocurrencias nunca se produjo, se ha mantenido como una especie de mantra al que acudir cuando se quieren destacar las tensiones que genera el proyecto europeo, las adhesiones y los rechazos, incluso desde antes de su fundación: las dificultades y los muchos obstáculos que lo han acompañado. Y los que lo acompañan. Quizá resulte algo presuntuoso considerar que atravesamos el momento más crítico o la encrucijada más complicada de la historia de la Unión Europea. Circunstancias adversas y crisis de todo tipo (Gran Recesión, refugiados, pandemia y miembros que dejan de serlo) constatan el arduo recorrido del mejor «club» político, económico y social del siglo XX que ha llegado a ser la Europa de los Veintisiete de hoy. Imposible minusvalorar las coyunturas fatales del pasado, pero la certeza de que el drama es consustancial a la esencia integradora de la UE no puede hacernos ignorar el punto de inflexión que atraviesa en este 2024 y la relevancia del 9J, que marcará o condicionará sus próximos cinco años.
El aspecto clave es el reparto del poder en el Parlamento europeo, el peso que tendrán las familias políticas, las encargadas de detallar todas las legislaciones futuras. Y más allá del detalle concreto de hacia dónde van los escaños, conservadores, liberales o socialdemócratas, el enfoque decisivo viene determinado por las formaciones de ultraderecha, los grupos iliberales, que han exhibido en los últimos años sus tendencias antieuropeístas, caballos de Troya institucionales, y que ahora asumen mayores cotas de poder provocando la legislatura comunitaria más existencial: los valores y principios fundacionales de Europa frente a todos los que le quieren poner cianuro en el café.
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