Letras líquidas
Geopolítica de sudadera
China, Rusia e India como cabezas de cartel de una nueva visión que va afianzándose en el siglo XXI y pone en cuestión las certezas del derecho internacional que la centuria anterior parecía haber consolidado
Hace unos años las pasarelas del mundo se llenaron de lemas igualitarios. «Todos somos feministas», decían. O, más que decir, lucían en camisetas, sudaderas, tazas y bolsas de tela. La moda y nuestra sociedad de consumo convertidas en plataforma ideológica de defensa de los derechos humanos, en este caso, altavoz de la lucha de siglos por la igualdad entre hombres y mujeres. Aquella confusión, o mezcla, entre el negocio y las libertades públicas generó una brecha entre partidarios y detractores: quienes defendían la importancia del mensaje, las ventajas de llegar a muchos más ciudadanos que a través de otros métodos más ortodoxos y quienes lamentaban la falta de pureza del vehículo para extender ideales fuera de ámbitos académicos, serios o considerados más rigurosos. Un debate que se saldó, como era previsible, con ambos grupos convencidos de la bondad de sus planteamientos, manteniendo su posición y sin alcanzar ninguna conclusión definitiva.
La realidad, por mucho que algunos se empeñen en convertir la vida en la suma absoluta de compartimentos estancos, se presenta más sutil y difusa y a veces resulta difícil separar unas actividades de otras y cualquier ámbito se transforma, nos guste o no, en medio para transmitir determinados valores o mensajes. Y eso, probablemente, es lo que debió pensar Serguei Lavrov, el hombre fuerte de la política exterior de Putin, cuando decidió aparecer en la cumbre de Alaska del pasado agosto, esa en la que Trump pretendía cerrar las condiciones de la paz en Ucrania, con una sudadera con las siglas de la URSS en su look informal de llegada. Toda una declaración de intenciones. Y más que una pista para comprender las claves y las razones profundas de la guerra que amenaza a Europa desde hace más de tres años y mantiene en vilo los equilibrios geoestratégicos mundiales sin que aún se acierte a ver el final.
Y en esos funambulismos globales destacan los múltiples encuentros y fastos de la semana pasada en China: Xi Jinping como maestro de ceremonias, director de la orquesta antiOccidente, liderando una demostración de fuerza alternativa y unas alianzas renovadas que aspiran a dejar a Europa y a Estados Unidos, a sus democracias y a sus Estados de derecho, como reliquias de museo pugnando por su lugar en el tablero diplomático. China, Rusia e India como cabezas de cartel de una nueva visión que va afianzándose en el siglo XXI y pone en cuestión las certezas del derecho internacional que la centuria anterior parecía haber consolidado. A ver, con este panorama, qué mensaje nos ponemos en la sudadera.