Aquí estamos de paso

Hooligans

Lo que no tiene ni pies ni cabeza ni sustento moral alguno es empeñarse en la defensa cerrada de quien está siendo investigado por la Justicia cuando su papel institucional es salvaguardar el buen funcionamiento de esa Justicia

Hay un término que figura con una sola acepción en el diccionario de la RAE que no debería tardar mucho la Academia en modificar para enguantarla al uso cotidiano y necesario en estos tiempos de turbulenta fragmentación. Es la palabra «hooligan». Advierte el lexicón que es un vocablo inglés y que se usa también como adjetivo. Define a «hinchas británicos de comportamiento violento o agresivo». Tengo por cierto que hace tiempo que la definición traspasó las fronteras de los ingleses y también del deporte. El uso del término debería ampliar su mirada hoy a todo aquel que, como los extremistas futboleros, no ve otro color que el propio y está ciego a cualquier juicio o consideración crítica hacia quienes llevan su camiseta o levantan su bandera. Es la única definición que este escribidor encuentra medianamente razonable para ubicar esa tendencia contemporánea a abrazar colores propios aunque la moneda a pagar sean los principios, la ideología o el mismísimo sentido común. Que además no rompería la armonía presente de la definición, en tanto estos modernos «hooligan» aplican sin rubor ni contención una suerte de violencia verbal que ejercen acompañada de manipulaciones y mentiras.

Si viene de los míos está bien, aunque sea una infamia o directamente me perjudique. Ejemplo palmario es el entusiasmo ciego con que los trumpistas del derechismo derechosísimo reunidos en Madrid el fin de semana pasado, defienden los aranceles o deportaciones que fija y propone su líder al frente del trono del nuevo mundo, o la fanfarria de devotas majorettes que desde el Gobierno, empezando por su propio jefe, sostiene que el fiscal general del Estado sospechoso de delinquir es en realidad una víctima del sistema judicial faccioso y corrupto (o casi). El mundo al revés, una cosa sin pies ni cabeza, sostenía seria la vicepresidenta candidata a la hoguera andaluza sobre las acusaciones del fiscal que borró sus mensajes el día que supo que le iban a investigar. Lo cual, como se puede uno imaginar, es una exquisita disposición a colaborar con la Justicia. Lo que no tiene ni pies ni cabeza ni sustento moral alguno es empeñarse en la defensa cerrada de quien está siendo investigado por la Justicia cuando su papel institucional es salvaguardar el buen funcionamiento de esa Justicia. Hay algo perverso en esa realidad, en ese mundo al revés, en esa defensa de hooligan de alguien cuya desmadejada dignidad ni siquiera se recuperaría si ahora dimitiera, porque es lo que tendría que haber hecho hace tiempo, en el instante mismo en que su prestigio fue puesto en duda por sus propias acciones.

Del mismo modo que la pandilla de patriotas del nacionalismo ultramontano defienden una idea de patria europea imposible de casar con sus principios y apoya una política que empobrecerá a sus votantes y compatriotas, la bancada socialista y sus muchísimos aplaudidores son capaces de sostener y no enmendar que el jefe de los fiscales está siendo injustamente acusado de delinquir por interés político, y que es víctima de una persecución judicial, y defender al mismo tiempo que creen en la justicia y hay que dejar hablar a los tribunales.

No son contradicciones. O sí, pero fruto de una política «hooligan». No sé a qué espera la Academia para remozar la palabra en el diccionario con el encomiable fin de que podamos también aquí empezar a llamar a las cosas por su nombre.