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A pesar del...

Intervencionismo liberal

Dirá usted: no hay libertad sin reglas. Pero esa obviedad pasa por alto que tampoco hay libertad si el poder carece de límites

Así como son pocos los declaradamente populistas, muchos se declaran liberales, salvo las variantes más extremas del comunismo y el fascismo, que en el pasado utilizaron la noción de libertad en sus emblemas represivos más siniestros, como en la entrada de Dachau: Arbeit macht frei, el trabajo libera.

Eso sí, los socialistas no se declaran liberales a secas, sino que califican su liberalismo con algún adjetivo, como moderado, matizado, social, o, típicamente, progresista. En realidad, son capaces de utilizar cualquier epíteto menos el único que se ajustaría a su esquema doctrinal, que sería liberalismo intervencionista.

Comprendo que eludan el calificativo, porque los círculos cuadrados no resultan creíbles, pero el liberalismo de los socialistas estriba en recortar la libertad, y de ahí la larga tradición intelectual que desde Mill hasta Rawls ha procurado que nos creamos que la libertad sin libertad tiene algún sentido.

Un antiguo truco estriba en presentar los recortes a la libertad como algo claro y sencillo. Lo hizo Mill en Sobre la libertad con un criterio aparentemente diáfano: debemos ser libres en lo que no afecte a los demás (en inglés: other-regarding principle). La solidez del principio, empero, es análoga a la de un flan, porque prácticamente no existe un acto humano que no tenga algún impacto en otros. De hecho, numerosos avances del Estado sobre la libertad se justifican así, desde la salud hasta el tráfico, pasando prácticamente por todo lo que a usted se le ocurra –puede verse: “On Liberty’s Liberty” aquí: https://bit.ly/3ZXrko5.

Dirá usted: no hay libertad sin reglas. Pero esa obviedad pasa por alto que tampoco hay libertad si el poder carece de límites, que es lo que sucede con la noción del intervencionismo liberal. Si fumar es malo, y es malo, entonces el Estado, por nuestro bien, ha de prohibirnos fumar en lugares públicos, incluidas las terrazas, como se está debatiendo ahora, y solo el temor a una reacción popular inquieta a los legisladores.

Pero si se trata de recortar nuestra libertad para que seamos genuinamente libres, ¿por qué va a detenerse el poder en las terrazas? Es evidente que debe entrar físicamente en nuestras casas, igual que ha entrado desde hace décadas en nuestros sueldos y propiedades. ¿O no es acaso malo que usted fume en su casa? Tranquila, señora, todo se hará para que usted sea libre.