
Acorazado
Los acorazados continúan siendo importantes para las armadas, pero ¿por qué?
Fueron los amos del océano, moles de acero como el Yamato o el Dreadnought que cambiaron la guerra en el mar para siempre, pero cuyo reinado terminaría sucumbiendo ante el imparable poder de la aviación

Poco importaron sus cañones de 46 centímetros, los más grandes jamás montados en un buque de guerra. Tampoco su imponente blindaje. En abril de 1945, el acorazado japonés Yamato, la joya de la corona de la Armada Imperial, fue borrado del mapa por un enjambre de aviones estadounidenses. Su hundimiento no fue una derrota más, sino el símbolo inequívoco que sentenció el dominio de estos gigantes de acero, marcando el final de los grandes acorazados como dueños absolutos del océano.
A required part of this site couldn’t load. This may be due to a browser
extension, network issues, or browser settings. Please check your
connection, disable any ad blockers, or try using a different browser.
De hecho, la escena no era del todo nueva. Más de dos décadas antes, en 1921, el ejército de Estados Unidos ya había ofrecido un sombrío anticipo de este cambio de paradigma. En unas pruebas experimentales, sus bombarderos hundieron deliberadamente el SMS Ostfriesland, un acorazado alemán capturado tras la Primera Guerra Mundial. Aquella demostración fue una advertencia sobre su vulnerabilidad frente a la creciente amenaza que llegaba desde el aire. Hoy en día, esa vulnerabilidad ha evolucionado con el desarrollo de nuevas tecnologías, como el arma estadounidense capaz de partir barcos por la mitad sin necesidad de un impacto directo.
Y es que toda esta carrera armamentística naval había comenzado mucho antes, en 1906, con la botadura de un buque británico que lo cambió todo: el HMS Dreadnought. Su diseño, que concentraba la artillería en cañones de gran calibre y empleaba turbinas de vapor para la propulsión, lo hizo tan rápido y letal que dejó obsoleto a todo lo que flotaba. Se convirtió en el molde de una nueva generación de buques y dio nombre a una categoría entera, la de los acorazados tipo dreadnought, que culminaría décadas después con el colosal Yamato, el navío más poderoso jamás construido, según informa el medio Interesting Engineering.
Una carrera de innovaciones que cavó su propia tumba
A partir de ese momento, las potencias navales se lanzaron a una competición por crear diseños cada vez más audaces. Los británicos, por ejemplo, construyeron en los años veinte el HMS Nelson y el HMS Rodney, que rompían con la estética tradicional al agrupar sus nueve enormes cañones de 40,6 centímetros en la proa. Una configuración extraña pero efectiva, como demostró el Rodney al jugar un papel clave en la destrucción del acorazado alemán Bismarck en 1941. Otros, como el HMS Agincourt, optaron por la fuerza bruta, montando hasta catorce cañones.
Por su parte, Japón no tardó en unirse a esta escalada. Ya en 1914 había botado el IJN Fusō, su primer súper-dreadnought, armado con una docena de cañones de 35,6 centímetros. Una demostración de intenciones que anunciaba la ambición nipona por dominar los mares. Curiosamente, mientras la tecnología avanzaba, el buque que lo empezó todo se labraba una reputación única al convertirse en el único acorazado en hundir un submarino, el U-29 alemán, en 1915.
Finalmente, la evolución definitiva del concepto llegó de la mano de Estados Unidos con su clase Iowa. Buques como el USS Iowa, de 1942, alcanzaron un equilibrio casi perfecto entre una potencia de fuego formidable, con nueve cañones de 40,6 centímetros, y una velocidad extraordinaria de casi 61 kilómetros por hora. Su diseño fue tan solvente que tuvo una vida operativa larguísima, sirviendo en la Segunda Guerra Mundial, en la Guerra de Corea y siendo incluso modernizado para volver al servicio en la década de los ochenta. Hoy descansa como un barco museo, testigo silencioso de una era irrepetible.
✕
Accede a tu cuenta para comentar