Editorial
La izquierda que se abraza a la mentira
Puede que piensen que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad, pero no. La factura en desconfianza y desafección de la gente es definitiva
Pocos episodios han resultado más esclarecedores sobre el espíritu que ha envuelto la legislatura y la acción de gobierno de Pedro Sánchez que el asunto del futuro de las autovías en nuestro país de las últimas horas. Lo ha sido porque se ha constatado casi de manera natural, puede que inconsciente, el manejo sistémico de la mentira en manos de la izquierda. Pedro Sánchez negó en el debate el pago de peajes comprometido por Moncloa con Bruselas, documentado por Alberto Núñez Feijóo con referencias oficiales del Gobierno y de la Comisión Europea, para ser desmentido el jueves por su director general de Tráfico, al tiempo que instaba a un acuerdo entre los dos grandes partidos en torno a ese futuro. El argumentario paliativo y exprés tras la debacle del cara a cara electoral se decantó de madrugada por identificar al presidente del PP como el gran maquinador de la falacia que ha decidido embarrar la campaña para que las propuestas y la gestión socialistas no llegue a los ciudadanos. Es una tarea ardua y exigente para los candidatos del PSOE y los propagandistas de cámara que tal imagen y condición de Núñez Feijóo cale en la opinión pública, incluso en aquella bolsa de indecisos que se pretende movilizar. Hay en esta estrategia una operación de transferencia de identidad política que pasa por alto con optimismo párvulo que los cinco años de Sánchez han sido lo que han sido y que los españoles no andan justos de memoria ni sobrados de generosidad tras una etapa de sacrificio. Trampear con la mentira en los tiempos del sanchismo es más que arriesgado, supone verter gasolina sobre el fuego de la preocupación de las familias. Es un hecho que el presidente faltó a la verdad en el minuto uno de la legislatura, también en la moción de censura, y que ha naturalizado esa conducta hasta haber logrado su cénit en una campaña a la que ha llegado exigido y angustiado por las derrotas y la demoscopia. No escasean las facetas censurables de la Presidencia de Sánchez. Ha presidido un mal gobierno, con peores socios parlamentarios, y cuesta encontrar en su obra política una vertiente menos lesiva para el interés general. No lo es, sin duda, el respeto al deber de cumplir y preservar un contrato social ético y honesto con los españoles y la recta gobernación. En política no debería valer todo. Es terrible concluir que bajo la presidencia de Pedro Sánchez se ha consolidado una suerte de derecho a mentir al ciudadano, que ha arrumbado hasta trivializarlo el significado de la verdad en la esfera pública. Nunca como ahora la burla al pueblo, el engaño, se había transformado en la seña de identidad de un liderazgo y de una administración. Puede que piensen que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad, pero no. La factura en desconfianza y desafección de la gente es definitiva.
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