Mirando la calle

Kintsugi

«No se trata de lamentarse cuando algo se desgasta (mottainai) sino de aceptar el cambio (mushin)»

Con el año recién comenzado y el brillo en los ojos que provoca la fantasía de tener un calendario por inaugurar, al mirar a derecha y a izquierda, como de soslayo, sin demasiado interés, concentrados como estamos en el camino recto a seguir, descubrimos algo extraño. Tanto a un lado como a otro, hay personas rotas. Se les ven las grietas y el dolor. Y, sobre todo, se les nota la sensación de creerse ya inservibles para siempre… Nosotros mismos somos las personas de los lados de otras y a veces, exhibimos cicatrices que no hemos sido capaces de sanar y nos hacen pensar que jamás seremos como antes de quebrarnos. Todos nos rompemos más o menos. Pero nunca del todo. Y a veces, esos puntos de fractura por donde nos rompimos, al curarse, se vuelven dobles y nos hacen más fuertes; en ocasiones, hasta más bellos. Cuenta la leyenda que, en Japón, un shogun llamado Ashikaga Yoshimasa mandó su taza más querida, rota, a China, para que la arreglasen. Al devolvérsela restaurada con unas feas grapas se disgustó y encargó el arreglo a sus propios artesanos. Ellos fabricaron un esmalte con polvo de oro, con el que repararon cada una de esas brechas abiertas de la taza que, de manera sorprendente, se transformaron en unas hermosas vetas brillantes, que lejos de afear la pieza la volvieron doblemente hermosa. Ahí nació el arte del Kintsugi, cuya esencia es reparar con oro y adorar la belleza de lo roto. Una intención que nace de esa idea filosófica llamada wabi sabi, centrada en el encanto de la imperfección. No se trata de lamentarse cuando algo se desgasta (mottainai) sino de aceptar el cambio (mushin). La simbología de lo roto y restaurado es tan potente como el miedo a los accidentes de la vida tras los que consideramos que no podremos vivir como antaño. El apreciar lo roto, señalarlo doblemente, embellecerlo y amarlo por distinto constituye una filosofía de vida que sirve para apreciar de nuevo todo aquello que un día pensamos en desechar. A darle una segunda oportunidad. A darnos una segunda oportunidad… Y no una menor, sino una de alto rango, donde las marcas de vida son señas de identidad, que contribuyen a agrandar nuestra belleza.