Las correcciones

Más Kissinger y menos Puigdemont

En Israel se percibe a Sánchez como un político alineado a los intereses palestinos e incapaz de jugar un papel mediador

Lo que mal comienza, mal acaba. El viaje del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a Israel se torció desde el principio. La situación ya estaba tensa por el rechazo de los ministros de extrema izquierda de Podemos y Sumar a condenar los ataques terroristas cometidos por Hamás el pasado 7 de octubre. La Embajada de Israel en España dirigida por Rodica Radian-Gordon, una veterana diplomática amable en las formas y siempre dispuesta a escuchar las opiniones de los demás, publicó un contundente comunicado censurando la postura de alguno de los miembros del anterior Gabinete. El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, en vez de rebajar la tensión tachó la nota de «gesto inamistoso». Después los dos gobiernos hicieron esfuerzos por superar el roce diplomático. En consecuencia, el pasado viernes, Sánchez, en calidad de presidente de turno de la UE, viajó junto con el primer ministro belga, Alexander De Croo, a Oriente Medio. Me cuentan que en un principio el presidente español declinó la visita al kibutz de Beeri aludiendo falta de tiempo. Israel se debió poner firme y Sánchez y De Croo recorrieron esta comunidad judía convertida en el símbolo del horror y la barbarie del 7-O. Pero esa supuesta falta de interés del presidente del Gobierno por conocer la zona cero de los atentados terroristas debió escocer a los israelíes. Después, viajaron al paso de Rafah y ahí al presidente español se le puso cara de Puigdemont cuando amenazó con reconocer unilateralmente el Estado palestino si la UE no entraba por el aro. A diferencia de las declaraciones de otros líderes occidentales como la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, en las que se apoya un Estado palestino gobernado por la Autoridad Nacional Palestina, Sánchez defendió el reconocimiento de un territorio que en estos momentos está controlado por Hamás, una organización considerada como terrorista por la misma Unión Europea (que representa como presidente de turno) y de Estados Unidos. De ahí, las acusaciones del Gobierno de Israel de dar «apoyo a los terroristas».

Pero como las cosas siempre pueden ir a peor, el presidente soliviantó ayer a los israelíes al expresar «sus francas dudas» de que su ejército esté respetando el derecho internacional en su ofensiva en Gaza. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, amonestó por segunda vez en una semana a la embajadora española y llamó a consultas a Radian-Gordon. Sánchez que aspiraba a liderar la toma de posición de la Unión Europea respecto al estallido de violencia en Gaza está consiguiendo todo lo contrario. Desde Israel se le percibe como un político totalmente alineado con los intereses palestinos e incapaz de jugar un papel mediador creíble entre las partes enfrentadas. Prueba de ello es la deliberada ausencia de Israel en la cumbre de la Unión por el Mediterráneo que tuvo lugar esta semana en Barcelona y en la que solo participaron los países árabes. Sin Israel, el foro regional no logró resultados, ni tuvo impacto fuera de nuestras fronteras. Los esfuerzos de Sánchez por tener influencia en el exterior caen en saco roto por su torpeza a la hora de cuidar los frágiles equilibrios. En el día de la muerte de Henry Kissinger, el Gobierno podría poner en práctica alguna de las lecciones del gran estadista que puso el pragmatismo por delante de la ideología.