Matanza de Hamás
Kibutz Be’eri, de paraíso sionista a campo de exterminio: ¿cuánto tiempo tendrá que pasar para que los israelíes retornen a sus casas?
La matanza de Hamás se produjo un día después del 77 aniversario de la fundación de esta comunidad judía. ¿Volverá a florecer, o será engullida por la guerra?
Los efectos de la explosión de una granada son más que visibles en la puerta metálica de acceso al kibutz Be’eri, situado en el noroeste del desierto de Negev, donde la masacre de Hamás comenzó al amanecer del fatídico sábado 7 de octubre. Las imágenes de la cámara de vigilancia muestran cómo, a las 06.30AM, dos atacantes de Hamás vestidos con ropa militar negra acribillaron la garita de guardia y un vehículo matando a todos sus ocupantes, para luego entrar en el recinto con el único objetivo de secuestrar y asesinar a todo ser vivo. No fueron los únicos. El sol que estaba asomando la cabeza sería el último que verían 102 de los más de mil habitantes de este enclave colectivista a tocar del Muro con la Franja de Gaza.
“Los terroristas entraron desde varias direcciones”, explica el mayor “Diamante”, como se autodenomina uno de los portavoces del Ejército israelí, vestido de uniforme y con un claro acento norteamericano. Se niega a dar su nombre verdadero. “Eso no lo necesitáis saber. No es importante, con mi alias es suficiente. Esta es todavía una escena activa, se producen ataques con morteros y cohetes, por lo que hay muchos soldados y todavía artefactos explosivos por retirar, así que id con cuidado por dónde pisáis”, añade, como el Caronte del horror en el que se ha convertido.
Para entrar hay que seguir al mayor Diamante. Lleva unas gafas de sol pegadas a la cara, arma al cinto, pelo cortísimo, a lo cepillo, y acaba dando algo de información sobre su persona. “Soy de Brooklyn”, en Nueva York, “pero hace años que formo parte del Ejército israelí”, asegura. No hay forma de comprobarlo. “Tenéis diez minutos para fotografiar la zona de las residencias y las casas destrozadas. No se puede entrar dentro, puede haber bombas trampa”, advierte. “Si queréis ver sangre, en los patios hay mucha”, dice, tal cual. Choca la ligereza de su tono. Pero esto es un viaje de prensa, no hay otra forma de acceder. “Eso lo han hecho los asesinos”, finaliza con rabia.
No obstante, sus palabras son certeras. En una casa desventada y desvalijada, dos soldados, arma en mano, están en el porche junto a dos civiles vestidos con sendos chalecos amarillos. Son investigadores que documentan los crímenes. En el suelo hay grandes charcos de sangre seca, muy oscurecida, pero todavía con ese rojo escalofriante. También hay varios cuchillos ensangrentados. Y, en la entrada, un rastro evidente de cómo un cuerpo inerte fue arrastrado. Al lado, sobre un mueble, reposan varios cargadores con las balas que uno de los asaltantes de Hamás dejó atrás.
Es sangre, ¿verdad? Aunque sea evidente, nuestra labor es preguntar. “No, es kétchup, si te parece, idi…”, dice uno de los investigadores, un hombre mayor, barba y pelos blancos, con acritud, los ojos llenos de odio, y sin finalizar el insulto porque su compañera lo detiene. “Lo es, sin duda. Y si entras en la casa verás que el comedor y las habitaciones también lo están. Mataron a todos los ocupantes. Una familia entera. El padre, la madre y los hijos”, explica, mientras empuja levemente a su compañero y abandonan la escena. Los soldados los siguen.
La masacre del kibutz de Be’eri, ¿representa el fin del sueño colectivista y sionista de los judíos que se establecieron aquí en los años cuarenta del siglo pasado? Para el joven portavoz de la policía, T. Nelston, es evidente que no. Para ellos esto da pie a acabar con su enemigo acérrimo borrándolo de la tierra para siempre. “Esto fue una masacre, una matanza de civiles inocentes. Haremos todo lo que sea necesario para defender a nuestra gente. Esta es nuestro hogar. Aquí nos quedaremos y juntos venceremos”, dice, con una vehemencia vengativa que te deja petrificado.
Un ejemplo de comunidad
Paradigmáticamente, y como demostración de la crueldad de las fechas históricas que se superponen, el día anterior a la masacre había sido el 77 aniversario del kibutz. El enclave colectivista y agrícola fue creado el 6 de octubre de 1946 por el movimiento HaNoar HaOved VeHaLomed. Hasta ahora estaba considerado como uno de los más exitosos y ricos de la zona, aunque llevaba años acostumbrado a los ataques con cohetes y morteros desde el otro de lado de la valla que rodea Gaza, para algunos la prisión más grande del mundo, pero para los soldados que ahora habitan Be’eri, el lugar donde todo el mundo es de Hamás hasta que se demuestre lo contrario. Eso da un escalofrío.
“Cuando hayamos matado a todos los de Hamás, y a todo aquel que lo apoye, a todos, y no quede nada de ellos en Gaza, estoy seguro de que los habitantes del kibtuz volverán. Y lo reconstruirán y será más fuerte. Después de lo ocurrido, no hay otra alternativa. La única manera de que esto no vuelva a pasar es matándolos a todos”, reitera un oficial que patrulla la zona con un pequeño pelotón de cinco hombres.
Alarmas antiaéreas
En ese momento, las estridentes alarmas antiaéreas empiezan a sonar para advertir que algo se acerca. Antes de la primera explosión el oficial lo anuncia: “fuego de mortero, ¡al suelo!” Mordemos el polvo y se escucha la primera detonación. Otras tres le siguen. Entonces se hace un silencio absoluto en el que ni los pájaros se oyen. Cuando el peligro pasa la actividad de las tropas sigue. Afuera hay una base militar donde miles de soldados se preparan para los ataques e incursiones del Ejército israelí, a la espera de la gran ofensiva que el Gobierno anuncia desde hace semanas.
El horror sucedido en este sueño colectivista sionista convertido en un campo de exterminio, tal que un recordatorio de los que huyeron algunos de los fundadores del lugar después de la Segunda Guerra Mundial, tardará en ser olvidado. Las atrocidades fueron muchas. Las cámaras grabaron ejecuciones brutales. Los restos indican que la batalla fue a muerte. Muchas casas acribilladas, con los coches aparcados calcinados, están derruidas y recuerdan a las vistas en la línea del frente de Ucrania, con el mobiliario a la vista y las pertenencias de sus antiguos ocupantes como juguetes, libros, mobiliario, fotografías familiares y ropa esparcidas por doquier como gotas de sueños rotos.
“Vinieron a este complejo residencial a masacrar, sin más. Los terroristas Entraron en las casas, secuestraron a gente, mataron a mujeres y niños. No tuvieron piedad. En algunos casos ataron a miembros de familias y les obligaron a ver cómo asesinaban a sus seres queridos. Colocaron mesas para sentarse a comer mientras lo hacían. Hay habitaciones donde dormían los niños cuyas paredes están rociadas de sangre. Cuando caminas por aquí y ves la cantidad de sangre que hay en las casas, te das cuenta del tipo de terroristas con los que estamos lidiando”, continúa T. Nelston.
“Las historias de bebés decapitados son al cien por cien ciertas. Es horroroso y asqueroso cómo, después de las fotografías y evidencias presentadas, todavía haya gente que no se lo cree. Los cuerpos mutilados yaciendo en las morgues, ¿no son prueba suficiente? Es increíble. Después del Holocausto, el mundo dijo que estaría con nosotros y que “nunca más”, añade, refiriéndose a la máxima repetida por los supervivientes para que las atrocidades nazis no quedasen en el olvido. “Me gustaría que eso fuera cierto y que todos nos apoyasen ahora. Porque este horror no fue solo contra los judíos, sino contra todo aquél que vaya en contra de su ideología extremista”, sentencia, sobre Hamás.
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