Con su permiso

Yo en la miseria, y tú jugando al estratego

Estamos en un tiempo de banalidad y gestión interesada de lo público: estrategia, votos y supervivencia. Además, en manos de gente peor que mediocre

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IlustraciónPlatónLa Razón

Cuando Marisol cuelga el teléfono se queda rumiando lo que su amiga Carmen le ha contado del trabajo de su hija. Había encontrado uno después de meses, casi dos años, de penuria de puertas cerradas. Alegría, por fin. Sin ser el curro de su vida, al menos le permitía romper esa barrera invisible y silenciosa que parece haberse asentado entre los jóvenes españoles y un universo laboral esquivo, inaccesible. No se encuentra trabajo, y el que hay es precario y mal pagado. La niña lo había conseguido. Pero hete aquí que entra en acción la maldita burocracia. O, mejor dicho, la intolerable desidia de la administración para gestionarse de manera no ya eficaz, sino sencillamente útil. Y aquí Marisol hace un subrayado del que es muy consciente: cuidado con las abstracciones; «administración» es un término muy amplio en el que cabe todo tipo de oficina de lo público, desde las más siniestras hasta las más vacías. Pero cuando ella piensa en administración, lo hace en las personas, hombres o mujeres –o lo que usted quiera– que tienen a su cargo el funcionamiento de la cosa pública, desde lo más alto, a lo menos cualificado. Vamos, que la «administración» son personas y los fallos como los aciertos, atribuibles a ellas. Bien, pues esa administración gestionada por personas, ha terminado frustrando la alegría de la hija de Carmen. Resulta que en la nueva empresa le pidieron el número de la Seguridad Social. Como fue imposible concertar una cita, bien por internet o bien a través de un teléfono (hace tiempo que casi ninguna administración coge el teléfono), la chica no pudo tener a tiempo lo que le pedían, y perdió el trabajo en beneficio del siguiente de la lista. Enhorabuena, oye, que seguramente sería otro joven tan necesitado como la hija de Carmen. Pero en justicia, esto no debería haberse producido. ¿Habrá algún responsable? La administración…O sea, vaya usted a saber. Los hay, pero no se sabe dónde están, en qué parte del escalafón, descansan y toman café.

Marisol se pregunta qué tiempos estamos viviendo en los que nadie se hace responsable de nada mientras los problemas crecen, las soluciones escasean y no hay ideas ni alternativas, ni siquiera a largo plazo. Le parece insultante que mientras el funcionamiento de la administración pública brilla por su ausencia, se deteriora la sanidad, se anquilosa la educación, no hay quien encuentre casa decente, suben los precios, aumentan los tipos de interés, se extiende la violencia sexual entre adolescentes perdidos o abandonados, o el empleo sigue cayendo, los responsables de gestionar o de proponer soluciones anden en sus batallitas estratégicas de insolidario interés propio o postureo para no perder poder, votos y empleo.

El mundo se tambalea y sus líderes juegan al Estratego. Las familias no llegan a fin de mes y el Gobierno se encebolla en una interesada batalla alrededor de la ópera bufa de Vox con Tamames. Salen violadores de la cárcel y el Gobierno se empeña en batallar contra sí mismo dejando en el aire sensación de tozuda insolvencia. Todos actúan mirando a las elecciones, como si no hubiera urgencia, como si los cientos de miles de familias que no tuvieron calefacción este invierno porque no podían, no estuvieran ahogados en una miseria que para edulcorar llamaremos emergencia social. Todo se hace, se decide, se anuncia, se reforma o se organiza en función de las posibilidades electorales. Lo del bienestar y el compromiso social, y eso, pues ya si se tercia, cuando hayan ganado en las urnas. Mientras, la feria.

Marisol observa ese comportamiento no sólo en las élites políticas. También las económicas están más en la estrategia que en la realidad del día a día. Caen bancos porque la subida de los tipos de interés desequilibra al sistema financiero, pero no se bajan esos tipos. Es más, se mantiene la subida aunque pueda ser perjudicial. ¿Por qué? Para no dar imagen de debilidad. Porque los mercados y la economía son muy sensibles, y conviene no alterarlos. Marisol se pregunta si son sensibles o imbéciles, porque realmente se les trata más como lo segundo que como lo primero. No preocuparse, el sistema es consistente y la economía resistirá estos embates. Lo mismo, piensa, que dijeron en la crisis de 2008.

La gente está sufriendo y lo que se necesita son compromisos e ideas. Trabajo bien hecho, vamos.

Pero, claro, estamos en un tiempo de banalidad y gestión interesada de lo público: estrategia, votos y supervivencia. Además, en manos de gente peor que mediocre. La última, esa del consejero de la Comunidad de Madrid de holgada economía, que pagaba menos por la luz como cliente vulnerable. Derecho tenía, al ser familia numerosa. Pero deber también de no cobrarlo, no tanto porque si no lo recibe él se lo den a otro, que no; más bien como gesto de decente solidaridad. Pero, claro, peor aún la líder opositora por el lado izquierdo, que le puso de chupa de dómine por beneficiarse de esa situación, y resulta que ella también lo hacía. Es sólo un ejemplo. Pero define realidades. Incómodas, injustas, intolerables.

Se necesitan soluciones urgentes, imaginación y talento. Con un par de toques de solidaridad y compromiso. Suena bien. Muy lejano, eso sí, se resigna Marisol. En el paisaje no se vislumbra ni de lejos nada parecido.