Quisicosas

Si tu ojo te hace caer

El dolor y los escozores que decía padecer les parecieron tonterías a veinte médicos sucesivamente en 54 años

Lo de ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio, Domi no lo entendía en absoluto, porque le ocurría al revés. Exactamente al contrario. Ella sentía una viga en el ojo propio, clara y rotundamente. Y los demás no percibían allí ni una paja. Que iba al oftalmólogo en Plasencia, año tras año, década sobre década y la remitían una y otra vez a los informes anteriores, sobre sus obsesiones con el órgano enfermo. El dolor y los escozores que decía padecer les parecieron tonterías a veinte médicos sucesivamente en 54 años. Hacía mucho que había dejado de ver e insistía inútilmente en los padecimientos, los dolores de cabeza, el insomnio.

Quién le iba a decir, aquella jornada de 1965 en que se empeñó en jugar a partir piedra, con apenas ocho años, que la vida sería otra desde el instante en que la azada hendió la roca y una esquirla saltó flechada. La llevaron al puesto de socorro, le dieron una pomada y a correr. Los sufrimientos, sin embargo, no hicieron sino empezar, nunca cesaron.

Se casó, tuvo a los hijos y el ojo funcionaba menos y rabiaba más. Apenas una rayo de luz entraba por aquella ventanita, como un hilo tenue colándose por una cerradura. Y qué latigazo aquel caminito de plata, que a veces se ponía un parche para cegarlo y que no le pinchase en el fondo del cerebro.

Lo más hiriente, sin embargo, era el silencio de los doctores o, peor aún, la pregunta aquella a su marido:

-Que si su mujer está bien de la cabeza... ¿La Domi? ¡Naturalmente que está cuerda!

Envejecía ya, sin lograr que la enviasen a Madrid o a Barcelona, donde alguien investigase a fondo, cuando llegaron unos oftalmólogos jóvenes a la Seguridad Social de Plasencia que decidieron creerla, sin más. «Ahí dentro tengo una piedra». La remitieron a Badajoz con un informe y una doctora puso luz fuerte, recorrió el quiste, escaneó los tejidos... y la operó. En 2019 salió la piedra, aquella lasca de tres milímetros que había recorrido el ojo hasta destrozar el cristalino y la córnea, desplazándose durante toda una vida. «No sabe usted, Cristina, qué alivio. 54 años después, ya no me dolía».

Denunció entonces al servicio de Salud de Extremadura, que por fin acaba de ser condenado a indemnizarla por el calvario. Le pregunté a Domi Garrido qué van a darle por curar un ojo con ungüento, volverle la espalda veinte veces, por las lágrimas y el dolor, por tenerla por loca. «Noventa mil euros» me dice con voz alegre. Desde 1965, me sale a 1.500 euros al año... criaturita...