Con su permiso

Orgullo sanador

Orgullosos, desafiantes y, si hace falta, provocadores. La provocación en un día como el de hoy es parte de la liturgia sanadora de la fiesta. El turno de quienes no solo no tenían nada que celebrar, sino que estaban obligados a ocultarse

Orgullo
OrgulloIlustraciónPlatón

Lola tiene un amigo que es homosexual. Cuando tenía dieciséis años sus padres le echaron de casa. Su familia lo repudió. Dejaron de hablarle, y le pusieron una cruz a su existencia. O sea, dibujaron dos aspas sobre su afecto y su memoria porque para ellos dejó de ser alguien y a la vez cargaron a su espalda de adolescente el peso de una soledad inabarcable. El amigo de Lola siempre ha vivido con esa enorme lápida: dieciséis años después sigue sin tener familia y toda esa mitad de su vida ha arrastrado el doloroso lastre de aquel repudio.

Fabián, así le llama Lola aunque sabe que no es su nombre, es español. No vive en una cultura lejana y represora, sino en un país occidental, europeo y libre. Hoy participa activa y decididamente en las fiestas del orgullo gay. Piensa Lola que Fabián sabe muy bien lo que significa ese orgullo porque, literalmente, le ha ido la vida en ello. Van a ir juntos a la manifestación de Madrid. Orgullosos, desafiantes y, si hace falta, provocadores. La provocación en un día como el de hoy es parte de la liturgia sanadora de la fiesta. El turno de quienes no solo no tenían nada que celebrar, sino que estaban obligados a ocultarse o encerrarse en la silenciosa oscuridad de un armario poblado de miedos, angustias e inseguridad.

Estos días observa Lola el brillo en los ojos de su amigo. Es feliz organizando vestuario, pensando en cómo se maquillará y qué se pondrá, mimando su bandera arcoíris como el símbolo que es del ejercicio de una libertad que tanto le ha costado. Va a salir a la calle a expresarse como le venga en gana, a hacer el mariquita, a bailar, a besarse con quien quiera, a sacar todo lo que tiene dentro que es mucho. Si le viera su madre, piensa Lola. Y sabe que la mirada que se cruzan en ese momento lleva también un mensaje parecido. La expresión de libertad absoluta con todas sus consecuencias es sanadora no solo porque refuerza una identidad de la que por fin puede mostrarse orgulloso. Alivia también, y sobre todo, por convertirle en parte de un colectivo que en días como hoy se manifiesta como una gran familia de afectos e intereses comunes. Luego cada uno seguirá con su vida y dejará su condición en el lugar que corresponda, en el que decida libremente colocarla, pero el día del orgullo será parte de la tribu universal que celebra sus ganas y el derecho a ejercer su libertad.

Se pregunta Lola si quienes critican que haya un día del orgullo o sacan las banderas y pancartas arcoíris de los lugares oficiales saben realmente lo que significa esta celebración. Si conocen el dolor del rechazo, del abandono de los tuyos, de la marginación social, del señalamiento. Y eso en el mundo que llamamos libre, aunque arrastre viejos prejuicios aún por eliminar. Porque, recuerda Lola, hay otro mundo no tan lejano, países vecinos o vecinos de aquí, de casa y bloque, que consideran la homosexualidad un pecado y su ejercicio un delito digno de castigo o hasta muerte.

Fabián le ha contado el viaje reciente a uno de esos mundos al otro lado del mar nuestro, en el que los homosexuales o los transexuales, tienen prohibida la existencia y la ley pena su condición con los peores castigos posibles. Así y todo, se organizan, se relacionan, escondidos tratan de llevar una vida que les deje algún resquicio para ser ellos mismos.

Lola está orgullosa de Fabián. De tenerle en su vida, de que comparta y le cuente, orgullosa de su orgullo y la felicidad de sacar al menos una vez al año todo ese color, esa furia expresiva, ese talento reivindicativo que en su caso nace del dolor y hoy estimula a otros a reivindicarse como seres únicos y libres y al mismo tiempo parte de una gran familia que sabe lo que es vivir marginado, solo o incomprendido.

Cuando Lola escucha los comentarios frívolos sobre la supuesta frivolidad del orgullo siente que no sólo hay que seguir peleando por que la libertad sexual sea un derecho que pueda ejercerse en cualquier lugar del mundo, por llamar a la conciencia universal sobre la forma en que se rompen almas y vidas de millones de personas en todo el paneta por su condición, sino que le parece que en este mundo nuestro, occidental, satisfecho, confiado y supuestamente libre, hay que seguir dando golpes sobre la mesa porque sigue habiendo gente que no sabe que alguien que se pinta, baila, grita o se besa en público durante una fiesta alegre y popular en la calle, quizá lleve años escondiéndose, lejos de los suyos, llorando hacia adentro por no poder ser como es, vivir como vive, sentir como siente.

Lola y Fabián celebran el orgullo y quieren seguir celebrándolo. Ella sabe que él mañana podrá salir a pasear de la mano de su novio, y que en el trabajo nadie le señalará por ser gay. Pero también que aún no ha recuperado a su familia y que en la mayor parte del planeta hay decenas, cientos de miles de personas como él que tienen que seguir escondidos si no quieren ir a la cárcel o morir. Celebremos el orgullo. Y celebremos poder seguir celebrándolo.