Cosas vistas

Pablo y Françoise

A medida que los hijos se hacían mayores y que Françoise quería tener su propia voz como pintora, Picasso fue buscándose otra salida de ese hogar ideal y lo encontró en los brazos de otra mujer.

Si nos parece difícil poder decir algo nuevo de Picasso más allá de los tópicos, mucho más complicado es mostrarlo aportando un discurso que se salga de lo habitual. Cuando se obra ese milagro, cuando se consigue transmitir otra cara de tan poliédrico artista, vale la pena hacerse eco. Todo esto viene a cuento de una exposición temporal que en estos días tiene un especial protagonismo en el Museu Picasso de Barcelona. El Minotauro, aquel personaje endiosado y/o endemoniado aquí nos lo encontramos fieramente humano convertido en feliz y maduro padre de Claude y Paloma, los hijos fruto de su relación con la también pintora Françoise Gilot.

La muestra es un homenaje a Claude gracias al empeño de su hermana Paloma y con la complicidad de Emmanuel Guigon, una deslumbrante manera de adentrarnos en otro Picasso, más terrenal, desprovisto de la necesidad de ser constantemente genial a todas horas. Porque, aunque parezca increíble, hasta Picasso llegó a ser humano.

Decía Jacqueline Roque, la última compañera del pintor, que era imposible hacerle sombra al sol, pero los responsables de la exposición han tenido el gran acierto de poner a un mismo nivel a Picasso y a Gilot, en un diálogo cómplice en el que comparten modelos y taller. Siempre se ha exaltado la individualidad picassiana, tal vez porque él mismo se iba alimentando de los demás hasta hacerlo suyo. «Si hay algo que robar, lo robo» decía orgulloso Picasso mientras sus compañeros de bohemia en Barcelona y París cerraban a cal y canto sus carpetas para que él no copiara dibujos y pinturas. Todo eso se desmonta en la exposición donde es evidente una complicidad, en ocasiones hasta con una misma paleta de colores.

Las cosas, como es sabido, no acabaron bien. A medida que los hijos se hacían mayores y que Françoise quería tener su propia voz como pintora, Picasso fue buscándose otra salida de ese hogar ideal y lo encontró en los brazos de otra mujer. Pero Gilot le tomó la delantera al pintor y dio el portazo antes de que la invitaran a salir. Eso lo explicó ella en un libro de memorias que sigue siendo imprescindible para conocer la otra cara del artista, una autobiografía que, por cierto, nunca leyó su protagonista.

Afortunadamente, además de los recuerdos, nos quedan un puñado de obras imprescindibles, regalos infantiles en muchos casos que ahora son piezas de museo. Por favor, visiten el Museu Picasso de Barcelona y conocerán al otro Picasso.