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Editorial

Un Papa para la paz en un mundo en llamas

No se puede pecar de ingenuo por más que voluntarioso. El Papa hablará al mundo, pero otra cosa es que el mundo escuche al Papa

En las primeras horas del nuevo Pontificado, la paz ha sobresalido como ninguna otra palabra en las expresiones y anhelos de León XIV y en los juicios de valor de los analistas que han retratado con detalle el presente y el futuro del Santo Padre. Ese llamamiento a la reconciliación fue explícito en su breve intervención desde la logia de San Pedro cuando demandó «una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante» y «construir puentes, con el diálogo, con el encuentro para ser un solo pueblo siempre en paz». Es una idea y un concepto absolutos convertidos en una misión capital y en la obra moral de la Iglesia universal que el antiguo cardenal Robert Francis Prevost ha querido reivindicar como uno de los pilares de la empresa que lo aguarda. El camino será con seguridad tortuoso en medio de una humanidad en la que ha retrocedido la fe en favor de «otras certezas como la tecnología, el dinero, el éxito, el poder y el placer», como aseveró durante su primera misa como jefe de la Iglesia católica en la Capilla Sixtina del Vaticano. La paz como acicate y redención no solo debe ser una encomienda y un deber para una institución bimilenaria, sino el motor imprescindible en un tiempo atribulado en manos de líderes políticos y otras fuerzas e intereses que instrumentalizan el miedo a la guerra contra sus sociedades para explotar escenarios de conflicto e inocular las urgencias de rearmarse hasta los dientes a cualquier precio. En esas coordenadas de hostilidad, de identificar enemigos, se turba a los pueblos del mundo y se medra a costa de los principios, los derechos y la libertad. Las guerras no se acaban, sino que los conflictos se renuevan y crecen con más campos de batalla, sin que se nos quite la sensación y la convicción de que hay demasiados intereses decididos a que ese fuego crepite lo suficiente. Es un orbe en llamas con el que arranca el Pontificado de León XIV, con los complejos industriales militares a pleno rendimiento para surtir los arsenales en nombre de la seguridad. Enarbolar la paz, la construcción de puentes y el diálogo no debería ser una misión, digámoslo, suicida o un ingenuo canto a la melancolía. León XIV no lo cree así, sino al contrario, y desde ese enfoque habrá que agradecer y reconocer al Santo Padre y a la Iglesia su coraje y compromiso por «batallar» sin darse por vencidos allí donde otros capitulan o rinden sus valores e ideales. Que la guerra sea doblegada por la paz parece hoy una quimera, pero el liderazgo y el magisterio moral de León XIV deberían ser la piedra sobre la que edificar esta obra de Dios para los hombres. Es, claro, una cuestión de fe, pero también de compromiso y convicción con los desfavorecidos y los oprimidos de esa Iglesia fraternal, misionera y caritativa. En todo caso, no se puede pecar de ingenuo por más que voluntarioso. El Papa hablará al mundo, pero otra cosa es que el mundo escuche al Papa. Ha pedido la paz y la palabra.