Aunque moleste

Política de brocha gorda

Ahora se premia a los Milei, a los que insultan más y gritan mucho más

Ahora resulta que Núñez Feijóo no sólo es responsable de cuanto dice, sino también de aquello que proclama Santiago Abascal. Teniendo en cuenta la creciente deriva absurda de declaraciones fuera de lugar del dirigente voxero, al líder popular le está cayendo la del pulpo por afirmar el jefe del partido verde que «el pueblo querrá colgar de los pies a Pedro Sánchez». Núñez Feijóo ya ha mostrado su rechazo a semejante declaración, que sólo sirve para victimizar al presidente del Gobierno. Pero al PSOE y al Ejecutivo les da igual, porque para ellos el urdidor de cuanto dice Abascal es el Partido Popular. De manera que ayer se pusieron las botas los ministros, siempre con el mismo argumento, co-responsabilizando al orensano de un delito de odio.

Intenciones socialistas al margen, parece mentira cómo la aristocracia de Vox se empeña en dar razones a Sánchez para justificar su impresentable muro contra la derecha y la ultra-ultra derecha, como la llaman. La expresión abascalera no sólo es de mal gusto, por lo que contiene de violenta, sino que además se vuelve contra él. La fineza no abunda mucho en las alturas de este partido que tiende a impregnarlo todo con palabras altisonantes sin opción a escala cromática alguna.

De manera que, por ejemplo, lo de Tejero fue un golpe de Estado, lo de Puigdemont otro golpe de Estado y la amnistía sanchiana un nuevo golpe de Estado. No hay lugar para el matiz, cuando, si nos atenemos a la Constitución y a la Real Academia Española, el golpe de Estado es una actuación violenta promovida por militares o rebeldes para apoderarse del poder del Estado desplazando a las autoridades existentes. De manera que, hablando con pulcritud y propiedad, lo de Tejero fue en efecto un golpe de Estado, pero lo de Cataluña sería más correcto definirlo como un «golpe separatista» o similar, y lo que ahora pretende Sánchez, un intento de golpe contra el Estado de Derecho o la separación de poderes, cuyo resultado es extremadamente grave, en efecto, pues puede llevarnos a una democracia incompleta o seccionada, en la que todo el poder sea manejado por el mismo, aunque a través de diferentes resortes.

Pero da igual. A Santiago Abascal le da igual y sigue usando a su antojo la brocha gorda, que le sirve tanto para llamar comunistas a cuantos no opinan como él, como golpistas a los socialistas. Y, hombre, hay matices.

A los políticos conviene exigirles cierto rigor y no insultar por insultar o caer porque sí en el delito de odio. Porque entonces los de la derecha se estarán poniendo a la altura de quienes desde la izquierda piden mandar «los borbones a los tiburones» u obscenidades propias de Montero, Belarra y los Óscar Puente de turno, graduados cum laude en materia de exaltación, vulgaridad y mala educación.

Claro, que esto es predicar en el desierto. Ahora se lleva el griterío Milei, que llama «zurdos de mierda» a quienes disienten de su doctrina, o la chabacanería de Nicolás Maduro, que no para de descalificar a sus adversario-s con palabras obscenas y por cualquier motivo. Se premia al que insulta más y al que grita mucho más. O a los que, como Abascal el domingo pasado en Buenos Aires, se empeñan en perder la razón con brochazos toscos de calidad ninguna.