Letras líquidas
Política paranoica
Frente al negacionismo de la violencia de género, tan repetido últimamente, los datos confirman que cinco hombres han asesinado a sus parejas en los últimos siete días. Innegable.
Lo puso en circulación el historiador Richard Hofstadter allá por 1964, la revista neoyorquina «Harper’s» fue la plataforma que lo impulsó y el artículo «El estilo paranoico en la política americana» lo consolidó como un modelo de gestión pública que, desde entonces, no ha dejado de infiltrarse, con mayor o menor intensidad, en los sistemas políticos contemporáneos. El arraigo del extremismo como posición estándar, el ataque a colectivos que terminan señalados como responsables de males sociales y, sobre todo, el auge de toda clase de teorías de la conspiración son sus rasgos principales. La monomanía como motor de las decisiones políticas. Y, lo peor, según el autor del concepto, no es que un grupo de individuos radicales traten de imponer sus alucinaciones: lo peor es que ciudadanos considerados «normales» acaban contagiados de la enajenación colectiva. Postulados excesivos integrados en el ritmo habitual de la convivencia. Y, aunque su origen fue estadounidense, encajado a la perfección en aquella idiosincrasia y sus complejidades sociológicas, se extendió con celeridad y encontró acomodo en Europa.
Un repaso por las últimas décadas de la política continental corrobora la adaptación del fenómeno y alerta de los riesgos de ceder espacios a excentricidades varias. Consecuencias tangibles que exceden la retórica y se van asentando en el imaginario común. La realidad, en cambio, se empeña en rebatir algunos de los falsos axiomas que van asentándose entre los más jóvenes (y vulnerables), y lo hace de la forma más cruel: frente al negacionismo de la violencia de género, tan repetido últimamente, los datos confirman que cinco hombres han asesinado a sus parejas en los últimos siete días. Innegable. La constatación de que las palabras y las medidas que las acompañan sí importan. Y este ejemplo, tan evidente, se despliega en el momento idóneo para reconducir el debate público y decidir por qué tipo de política queremos apostar: si la paranoica o la real.
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