Letras líquidas

«Ranking» democrático

Nuestra democracia, esa cuarentona que aún presume de joven, logra la posición 24 de las 24 democracias plenas del mundo: estamos en la élite, pero por poco

Con el «déjà vu» ocurre algo curioso. La sensación de creer que una situación ya se ha vivido antes, como perdiendo el equilibrio temporal, llega siempre envuelta en misterio. Uno nunca tiene claro si se enfrenta a una trampa de la memoria que, por cansancio, estrés, azar o simple error (que no hay acuerdo científico al respecto) le regala un falso recuerdo o si es la propia realidad la que le engaña al descubrirse pesada y aburrida por demás. Algunos hechos se repiten, se mueven en círculos concéntricos, se enrocan, como movidos por un derviche enloquecido. Y entonces, claro, no es que estemos ante el espejismo de que algo se está replicando... es que, realmente, lo está haciendo. El semanario «The Economist» acaba de publicar su tradicional «ranking» de valoración democrática, algo así como los Óscar del Estado de derecho, con los países del mundo y sus estructuras políticas como protagonistas. Y conocer los detalles de la clasificación internacional y el puesto de España deriva en un casi perfecto «revival» de advertencia.

Nuestra democracia, esa cuarentona que aún presume de joven, logra la posición 24 de las 24 democracias plenas del mundo: estamos en la élite, pero por poco. Un evidente toque de atención añadido a otros que, desde fuera y dentro de nuestras fronteras, se han sucedido en los últimos tiempos. Instituciones clave que no se renuevan, tensiones entre los poderes con acusaciones por escrito de «lawfare» o dudas expuestas desde el Ejecutivo sobre la independencia de jueces son algunos de los ejemplos que enturbian cualquier pedigrí democrático. Todo suma y consolida un «statu quo» entre apático y resignado, sin mejora alguna, como de parálisis colectiva, y los colegas británicos lo diagnostican «ranking» tras «ranking». Y, al final, una tiene la impresión de estar escribiendo siempre la misma columna, aunque, si en la próxima clasificación nos caemos de los países con democracias «top», ese artículo sí será ya diferente y acabará con este «déjà vu» periodístico.