Quisicosas

Regalo de Reyes

El poder de la noradrenalina para reactivar un corazón languideciente, opaca a Bildu

Mi hijo tiene un anclaje en las caderas y el fémur que me recuerda a esa vez que el carpintero fijó las sillas con un andamiaje de tornillos y flejes, para permitir que la cola blanca consolidase en las junturas. Hemos vivido unas Navidades tan altas en emociones, que nuestras prioridades han cambiado. Estar atento a la vida y la muerte, matiza el sobresalto de lo habitual. La aparición salvadora de una máquina que permite extraer y oxigenar la sangre, sin necesidad de depender de los pulmones, eclipsa la importancia de una amnistía. El poder de la noradrenalina para reactivar un corazón languideciente, opaca a Bildu. Un agujero en la garganta que se llama traqueostomía, proporciona más alivio que el discurso del Rey. Es otra forma de entender que los imperios pasan y, para Dios, mil años son como un día.

En la cabecera de la cama del hospital, se me iluminan los ojos al mirar a mi hermana y pensar en descubrir la sábana y mostrarle la obra de ingeniería de la cuadrilla de fornidos cirujanos de trauma. Aquí se traban orgullos nuevos y admiraciones profesionales desconocidas. Con un solo gesto, desamparo al enfermo y enseño, como si yo las hubiese ensamblado aquella noche de infarto, las fijaciones metálicas, tan puntiagudas que los enfermeros han envuelto los extremos con algodón y cinta aislante, de modo que el chico no se haga daño al manotear. Está mi hermana oteando asombrada, cuando se oyen voces destempladas desde la puerta del box de la UCI. «¡Pero cómo es posible! ¿Acaso no tiene intimidad el paciente?». Daniel –creo que es Daniel– se para en el quicio, con la bata blanca, y su fiera mirada nos acribilla. «Yo... soy la madre... y ella es su tía» acierto apenas a balbucear. La situación me hace sentir ridícula. Quisiera explicarle que a ese muchacho de dos metros le he cambiado los pañales de bebé. «¡No, no se tocan las sábanas del paciente! –reacciona él de nuevo– ¿acaso no ven las paredes de cristal, que lo puede ver cualquiera que pase, que tiene derecho a su privacidad?». Daniel tapa el cuerpo con un gesto rápido, sacramental, y se hace un silencio incómodo. Como si velase una reliquia.

Cuando se va, tardo en reaccionar. Hay quien es más consciente de la dignidad de un hombre que su propia madre. Ni el más abracadabrante de los descuartizamientos en un quirófano ha borrado un ápice el valor de mi hijo, ni la grandeza de un enfermero. Aquí hay gente dispuesta a luchar por una de sus falanges con la misma fiereza que por su vida. Qué lección, Dios mío.