
Quisicosas
Reig Pla
En el mundo postcristiano muchos conceptos se han olvidado y la gente piensa que una muceta es un tipo de roedor y el adviento una corriente de aire
Esto de la enfermedad, las muertes, los terremotos, no era el plan. Paradójicamente, uno de los principios más consoladores del catolicismo es la máxima del pecado original, porque explica el exilio del mundo que la Biblia, en su inocencia arcaica, pinta como el jardín del Edén, un espacio de belleza y bien donde el Misterio se codeaba con nosotros. A menudo me ha cabreado Adán, culpable de aquella expulsión. ¿Por qué tengo yo que pagar los caprichos frutales de los primeros padres? Luego doy en pensar que el tiempo infinito –según intuyó Einstein– tiene otras cadencias y que tal vez se repita lo del árbol millones de veces, de modo que cada uno de nosotros emprende, una y otra vez, la huida del paraíso, por una libertad que creemos que Dios quiere robarnos. Qué dulce la manzana y qué amargo su fruto.
Cuando murió mi perro me disgusté mucho –no se rían de mí por esta anécdota– y le pregunté a un cura si de verdad no quedaría rastro de él. Me contestó una cosa hermosa: «Cristina, la promesa de la resurrección es sobre toda la creación». Hace poco tuve oportunidad de entrevistar a la madre del joven Carlo Acutis, trágicamente fallecido en plena adolescencia, que va a subir en breve a los altares. Ella, que se convirtió a expensas de la sorprendente fe de su hijo, me explicaba que todo el mal del mundo nace de la herida del pecado original, no sólo nuestras traiciones, guerras, odios, sino incluso cánceres como el que se llevó a Carlo o desgracias como los terremotos. La naturaleza entera es vicaria del destierro, apenas un reflejo de lo que fue. Se detecta su filiación superior en cada amanecer, en la belleza de la naturaleza, en la música o el arte, pero el dolor rebosa nuestra copa.
No otra cosa expresó recientemente monseñor Reig Pla cuando vinculó la discapacidad con el pecado original y se montó un escándalo de diez pares de narices. No estuvo fino el obispo, porque obvió que, en el mundo postcristiano muchos conceptos se han olvidado y la gente piensa que una muceta es un tipo de roedor y el adviento una corriente de aire.
¿Cómo te van a entender lo del pecado original si se confunden la sagrada familia del pajarito con los Simpson?
Me quedó la pena, sin embargo, de que Juan Antonio Reig Pla («ha añadido a los discapacitados a su larga lista de agraviados», escribía alguno de él) sólo quería decirnos a los padres de personas discapacitadas que la naturaleza lacerada que percibimos en nuestros hijos es apenas un pálido reflejo de la que brillará –como en cada uno– cuando regresemos a casa. Y eso entraña mucha ternura.
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