Sin Perdón

Sánchez, España soy yo

«No me sorprenden los excesos retóricos de los políticos, pero el relato de este sábado era una obra cumbre del adanismo. Nada antes que él y nada después suyo»

Esperaba con interés el discurso del secretario general del PSOE en el Comité Federal. Lo escuché con asombro desde el principio hasta el final. Ni un atisbo de crítica. Mi conclusión es que los españoles son tontos, porque no votaron masivamente a los candidatos socialistas, al estilo de partido único, en las elecciones municipales y autonómicas. Sánchez afirmó que la gestión había sido intachable y extraordinaria. Por ello, es incomprensible que todos los presidentes de comunidades autónomas y alcaldes que se presentaban a la reelección no sacaran mayoría absoluta. La realidad es que la gran mayoría no avanzaron y muchos perdieron el poder institucional. La capacidad de análisis del presidente del Gobierno es, como mínimo, pintoresca y estrafalaria. Por supuesto, todos los miembros del órgano de dirección le aplaudieron. Lo hicieron cuando llegó, durante su intervención y al finalizar se pusieron en pie, que es a lo que están acostumbrados Xi Jinping y Kim Jong-un en los congresos o las reuniones de sus respectivos partidos comunistas.

El culto a la personalidad del líder ha alcanzado en el PSOE un nivel muy inquietante. Es verdad que quedan algunas voces críticas. Por supuesto, no puedo incluir a Ximo Puig que estuvo cobarde, como es habitual en su relación con la dirección de su partido. La mejor decisión que podría adoptar es coger la jubilación anticipada, aunque para el PP es preferible que siga al frente del PSPV. Page, Lambán y Barbón decidieron no asistir, porque eso de formar parte de la coreografía de palmeros resulta muy humillante. Los aragoneses siempre han sido tan dignos como valientes y espero que Lambán se mantenga firme. Felipe II acabó con las Alteraciones de Aragón utilizando a la Inquisición y ejecutando a Juan V de Lanuza y Urrea, el Justicia de Aragón que había sucedido a su padre en el cargo hacía solo 88 días. La historia es muy conocida y fascinante, pero con esta actitud contundente e implacable finalizaron los desencuentros entre las instituciones aragonesas y el absolutismo real. No sé cómo acabará el absolutismo sanchista en el PSOE, pero todo dependerá del resultado de las elecciones generales.

La comparecencia de Sánchez este sábado fue un deslumbrante estallido de narcisismo político demostrando seguridad, contundencia y una permanente sonrisa. Hay momentos en que pensé que había arrollado en las pasadas elecciones, pero recordé que tiene su peculiar metaverso. Una fuerza interior encomiable que le permite afrontar cualquier problema o desastre. No hay duda de que es un luchador y que batallará hasta el final, porque no le emociona ser el mayordomo de Biden, como secretario general de la OTAN, o sustituir a von der Leyen, para estar a las órdenes de París y Londres. Tras tantos años como periodista no me sorprenden los excesos retóricos de los políticos, pero el relato de este sábado era una obra cumbre del adanismo. Nada antes que él y nada después suyo.

Por una parte, redujo la hoja de servicios de la derecha al bloqueo y la deslealtad. Es lógico, porque su interpretación del concepto constructivo es la sumisión. Hubiera podido hacer un discurso duro contra el PP e incluir a Vox en la ecuación sin ese hilarante ardor guerrero destinado a combatir a las fuerzas reaccionarias que quieren acabar con sus éxitos en la economía, que le han convertido en el líder de la UE, la sanidad, la educación, la política industrial y energética, la cultura, la ciencia, el empleo, la defensa de los derechos de las mujeres y los más vulnerables, la lucha contra la discriminación… Todo está en peligro si llega Feijóo, que, supongo, es un peligroso reaccionario. La España deslumbrante que ha conseguido crear frente a la España negra que cabalga a lomos de la derecha extrema y la ultraderecha. Me recuerda la expresión «más dura será la caída», que tiene su origen en el refrán inglés «cuanto más grandes son, más duro caen». Cuando alguien llega a esa posición y alcanza un gran éxito o se siente muy seguro de sí mismo, la caída es aún más dolorosa y difícil de superar.

Los españoles nos tenemos que sentir felices ante la posibilidad de que siga desarrollando su hoja de servicios con la ayuda de Díaz y sus quince partidos, así como del apoyo de los independentistas y los filoetarras. Me parece muy bien la autoestima que muestra Sánchez e incluso que necesite concitar la admiración de tirios y troyanos, pero me cuesta entender el estilo de campaña que ha planteado. La confrontación y la radicalización no le ha funcionado. El otro día ofreció seis debates a Feijóo, uno cada lunes, que es la constatación de su debilidad, porque quien los reclama siempre es el que teme perder las elecciones.

Entiendo que quiera defender su imagen y reputación, porque siente que es injusto que sus enormes sacrificios, tal como interpreta su gestión, no se vean recompensados con una victoria aplastante. Cuenta con un apoyo mediático enorme y ha dado instrucciones a todos los altos cargos para que hagan numerosos actos. Le gusta persuadir y seducir para obtener una ciega lealtad. En contrapartida, lleva mal la crítica, porque no entiende que no se produzcan conversiones masivas. Al fin y al cabo, cuando Leovigildo se volvió a bautizar y abrazó el catolicismo, que era la religión verdadera, los godos del reino de Toledo abandonaron el arrianismo. ¿Por qué votar al centro derecha? Tras el fervor coreano de este sábado me permito hacerle una recomendación: «Guárdate de los Idus de Marzo». No hay nada más útil que leer a Shakespeare. Estoy por regalarle la magnífica edición de sus obras completas de la editorial Espasa.

Francisco Marhuendaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)