Aquí estamos de paso

Santa Bárbara de Doñana

Aquí los truenos no están porque no llueve, pero es atronador el estrépito del interés electoral y a él se pliega la agenda política. Y es cuando Sánchez y su gobierno caen en la cuenta de que Doñana vende

Lo han contado algunos, así como de pasada, pero hace 25 años estábamos lamentando aquella peste tóxica de Aznalcóllar, la rotura de una balsa de la mina que soltó veneno para asesinar todo atisbo de vida natural en sesenta kilómetros rio abajo en las riberas del Guadiamar. Aquello mató 4.600 hectáreas de cultivo y miles de animales, entre ellos las veintitrés toneladas de peces que llegaron a pesarse en las riberas contaminadas. Alcanzó el río venenoso hasta el límite de Doñana. La rápida actuación de organizaciones medioambientales como SEOBirdlife, que llegó a desplegar una especie de operación rescate de especies, huevos y crías de aves del Parque, impidió que la mancha mortal lo estrangulara. Pesó, y mucho, la actuación coordinada de todas las administraciones. Veinticinco años después volvemos a mirar a Doñana con el corazón en un puño y la desagradable sensación de que esta vez la espuma toxica que le va a dar la puntilla es la desavenencia política interesada.

El enemigo hoy no es el barro tóxico de la Mina de Bolidén, sino la sequía que asoma sus dientes más afilados, los riegos ilegales ante los que la autoridad parece mirar a otro lado, y la presión de intereses minoritarios y de cortoplacista miopía de los impulsores de una regularización que se supone que es de justicia, pero que pone en riesgo claro la ya agónica salud del Parque de Doñana. Doñana no se toca, dice el gobierno de Sánchez que se acuerda del Parque como de Santa Bárbara, cuando truena. Aquí los truenos no están porque no llueve, pero es atronador el estrépito del interés electoral y a él se pliega la agenda política. Y es cuando Sánchez y su gobierno caen en la cuenta de que Doñana vende. Y si se muere y sus restos pueden ser arrojados al enemigo, mejor que mejor.

Es verdad que se lo pone fácil la mayoría parlamentaria conservadora que en Andalucía ha puesto en marcha un proyecto ecológicamente inviable y políticamente suicida. Como diría Martín Prieto, cuando Dios repartió el don de la oportunidad, estos estaban en el baño. O sea, que mucha astucia no denota el momento elegido, en plena sequía y sin visos de que eso vaya a cambiar. Pero si Doñana agoniza algo tendrá también que decir, por omisión o directamente acción en contra, el partido socialista que hoy gobierna y se rasga las vestiduras pero que pasó de Doñana durante más de tres décadas gestionando Andalucía. O el partido socialista que desde el Gobierno que hoy sigue presidiendo se ha negado a facilitar los trasvases comprometidos desde 2018 para amortiguar las pérdidas constantes de la última década.

Aquí no hay nadie inocente y sin responsabilidad. Hasta los que disfrutamos del Parque como pajareros, turistas o devotos rocieros, tenemos nuestro gramito de culpa. O quienes tiran del agua para el turismo desde las casas de Matalascañas.

Doñana es una joya que se muere porque todos hemos sacado algo de ella sin ofrecer nada a cambio. El comercio del hombre con el espacio se ha hecho sin compensación alguna para la otra parte. Esa que nadie, salvo los pesados de los ecologistas y algunos agricultores conscientes del verdadero valor de la tierra a futuro, ha defendido como había que hacerlo.

Como no busquen el acuerdo entre todos, dentro de 25 años tendremos que recordar que aquí existió una joya que dejamos morir.