
Aquí estamos de paso
Tres heridas
Superioridad, feminismo, transparencia. Tres heridas de pronóstico grave y difíciles de cicatrizar
Ilustra Serrat con su voz y su palabra los Princesa de Asturias en el Campoamor y me acuerdo de las tres heridas con las que venía el poema de Miguel Hernández que oía cantar al Nano en mi adolescencia: «con tres heridas viene: la de la vida, la del amor y la de la muerte». Tres son las heridas, quizá mortales, por las que sangra la izquierda a la izquierda del PSOE, a cuenta de la tragedia Errejón: la de la superioridad moral, la del feminismo y la de la transparencia.
La primera, más inasible, más líquida, es sin embargo la más profunda porque es la de la exigencia de integridad, de coherencia tanto privada como pública. En casa como en el trabajo. Lo personal es político, sostienen para reafirmar su condición de seres dotados de moralidad superior. Y en la exhibición llevan su condena. Porque en realidad lo de la superioridad moral es un mito autocomplaciente. No es la política lo que hace a unas personas mejores que otras, sino su capacidad de empatizar y entregarse a los demás. Su humanidad en el sentido más amplio del término. Y eso no es privativo de una bancada. Nunca lo ha sido por mucho que lo proclamen y algunos puedan tomárselo en serio. Los ingenuos o los entregados quizá ahora se lo cuestionen. Porque no es solo el comportamiento «depredador» de Errejón (y tomo el calificativo de su propia ex pareja, Rita Maestre) sino la consistente sospecha de que hay un espacio entre la omertá napolitana y la sanción o castigo por lo inaceptable, por el que ha navegado la formación del presunto hasta que estalló la cosa y la onda expansiva les ha llenado la carne de metralla y quebrado los huesos privándoles casi de toda capacidad de movimiento. Puede que no se callaran, pero tampoco actuaron con la contundencia con que se revuelven ahora que las denuncias empiezan a llegar a los juzgados.
La herida del feminismo sangra también por esa sospecha de inacción, por ese canal abierto por el que baja el «yo sí te creo» con una banderilla clavada en la que se lee «siempre que no señales a los míos». Que no digo que sea ese el protocolo, entiéndase, pero indicios hay de que algo así pudo haber sucedido. Convertir el sí es sí en dogma y frontera, como lema central de la lucha feminista, es devastador si en algún momento hay excepciones interesadas.
Como la quiebra de la transparencia. Quizá de lo que menos se habla en lo mucho que se está contando y cantando de este drama siniestro. Porque se quiebra cuando la encargada de hacer las listas electorales en el partido, o coalición o lo que sea que se llama Sumar, no se detiene en los porqués de su candidato para estar sometido a una terapia. Bien está normalizar la atención psicológica (muy bien, es una necesidad, un asunto pendiente) pero quizá habría que dar alguna explicación de por qué se dio por bueno sin indagar siquiera en las razones de ese tratamiento. Por saber, simplemente, por tener la mejor y más precisa referencia de la persona a la que colocas en los primeros puestos de tus listas.
Superioridad, feminismo, transparencia. Tres heridas de pronóstico grave. Y difíciles de cicatrizar. Más aún cuando las únicas consecuencias del terremoto son algún cese menor o el tranquilizador anuncio de cursillos de formación en no violencia para los dirigentes.
✕
Accede a tu cuenta para comentar