Estreno
La fe
Vaya por delante que mi película «Trece entre mil» se encuentra en la plataforma Netflix desde hace medio año. No me voy a quejar de que no se hiciera para su lanzamiento una campaña tan espectacular como la que se ha planteado para promocionar «Fe de etarras»: sé exactamente en que división juega el documental en la liga del cine comercial.
Pero tampoco voy a ponerme falsamente humilde, soy consciente de la importancia de mi película, pero las cosas del cine, de lo comercial, son así. Si todos los que han conocido la existencia de «Trece entre mil» desde que la estrenamos en 2005 la hubieran visto (comprando el DVD o pagando por su visionado online) no hubiera vuelto a tener problemas para producir una siguiente película. Me pasa como a otros tantos brillantes trabajos documentales o modestas películas de ficción cuyo prestigio no se corresponde con sus bajas audiencias.
Netflix es un cada vez más grande contenedor de películas y series de todo tipo de géneros. En él se alberga una película como la mía que expresa como pocas la dramática realidad que han vivido las víctimas del terrorismo de ETA en nuestro país, pero también otras que interesándose por el terrorismo lo analizan o lo tratan desde puntos de vista diferente. No me siento incómodo por compartir ese espacio, pienso que uno de los sentidos de mis películas es competir cara a cara con las que realizan análisis incluso antagónicos. Pero confieso que la mayoría de los enfoques con los que se viene abordando el terrorismo en el cine español, ya sea desde el documental o la ficción, no los comparto (ni que decir de las películas apologéticas o panfletarias), pero habría que añadir además que su calidad cinematográfica ha sido por lo general bastante mediocre.
Estoy convencido de que aún quedan por contar muchas historias y por contarlas bien. Tantas experiencias terribles, asesinatos, extorsiones, la presencia lacerante de la amenaza, el agobio de la intolerancia, son materia prima para infinidad de argumentos.
Como autor me siento atraído por las cuestiones que llevan a reflexionar sobre la condición humana, el sufrimiento, el mal,...No soy muy partidario del empleo del humor con este tipo de asuntos tan sensibles, que aún duelen a tantas personas que viven entre nosotros, pero la libertad artística, mientras no se traspasen ciertas líneas como las de la apología o la ofensa, es la que nos permite expresarnos desde nuestras peculiares personalidades de maneras diferentes. Pensemos que primero elige el autor de qué hablar (o de qué no), luego el productor (pagar o no la película), después el exhibidor (ponerla o no en su canal) y después el público (eligiendo ver o no lo que le ofrecen). Todo está enfocado a que el público elija algo concreto. Somos nosotros como consumidores los que elegimos romper las taquillas con ciertas películas y olvidar la existencia de otras. La mayoría de los dueños de cines, las televisiones o de la plataformas en cuestión, no piensa en hacer cultura o pedagogía, quieren ganar dinero y no se les puede exigir ir contra esa tendencia popular al cine de entretenimiento. Mientras España entera reía con «Ocho apellidos vascos» yo me pregunté al verla de qué se rió toda esa gente. Siento parecer un aguafiestas (como me dice con cariño Savater), pero no me hizo gracia. Tampoco la campaña con la que Netflix ha tirado la casa por la ventana para promocionar «Fe de etarras». Probablemente se trate de una campaña efectiva (más, gracias a que estamos colaborando mucho desde fuera de la empresa) por provocadora, al situarse en el límite con el mal gusto.
Hay campañas que enternecen, emocionan y otras se pasan de la raya (líneas rojas, se dice ahora) en ese afán por epatar. El texto del cartel, su tamaño, colocarlo ¡en San Sebastián!, estrenar la película el 12 de octubre, día de la Hispanidad, lo tiene todo de estudiada provocación publicitaria.
La sensibilidad epidérmica que muchos tenemos con el asunto del antiespañolismo en esta tierra y el dolor que ha causado el terrorismo impide encontrar la gracia a ciertas propuestas. Somos lo que hemos padecido y quien no lo ha sufrido directamente a lo mejor puede tomar distancia con los hechos.
Pero una cosa es la campaña y otra la película. Esperemos a verla, pero más bien parece que utiliza un humor inofensivo que naturalmente no a todos nos hará reír. Intentar encontrar un punto absurdo a la violencia para ridiculizar a quienes la practican abducidos por locas ideologías es algo que ya lo hemos visto en el cine. Admisible siempre que no quede duda de que no se pretende blanquear su terrible historia.
Una sugerencia, revienten de visitas «Trece entre mil», que no se diga que no hay público para ella. Y puede que alguien de Netflix me llame para ofrecerme producir una nueva película (como siempre, procuraría no defraudar).
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