Joaquín Marco

Verbena británica

Joaquín Marco

La Razón
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Mientras en este país algunos andan deshojando margaritas políticas y la mayoría de los ciudadanos resta exhausta de tanto equilibrismo, nuestros (todavía) socios británicos organizan su fiesta verbenera de San Juan con un referéndum. Al resto de los europeos los británicos siempre les han parecido algo ajenos a la vocación europea continental y ellos mismos se han enzarzado en un euroescepticismo que hoy se expande ya por el resto del continente. Siempre se ha dicho que son muy suyos: conducen por la izquierda, utilizan la libra esterlina y utilizan otras formas de medición. Se afanan por afirmar su singularidad, pero cuando llega el verano nada les impide invadir nuestras playas. Su carácter insular y su habitual mal tiempo favorece que bastantes de los que antes se consideraban parte de la «tercera edad» se instalen entre nosotros y disfruten además de nuestra valorada asistencia sanitaria. El conservador David Cameron, tras sortear en primera instancia con éxito el referéndum de la siempre inquieta Escocia (la Cataluña británica), se permitió anunciar una consulta popular para debilitar al partido antieuropeo y, a la vez, permitir a los británicos decidir si preferían salir de la Unión o permanecer en ella, aunque incrementando los privilegios que les distinguen del resto de socios. La salida no resultaría ni mucho menos sencilla, ya que significaría, de aprobarse el «Brexit», dos largos años de complejas negociaciones y un camino sin retorno después de sortear los problemas jurídicos. Las penosas negociaciones de los líderes europeos sirvieron para justificar que el «premier» defendiera una actitud favorable a la permanencia situando algunas cartas más en su manga.

¿Es concebible una Europa sin Gran Bretaña? La dura realidad es que el concepto inicial de una Europa unida y federal se ha ido diluyendo. De una manera harto significativa el «Brexit» se combina con el gran problema (o así lo entienden algunos países) de las migraciones. Éste ha sido parte del argumentario británico. Y a él han cedido países de gobiernos decisivos y sensibilidades tan distintas como el de Francia o Alemania. Angela Merkel, que se había convertido en el símbolo de la acogida, se ha visto obligada a enfriar su entusiasmo al observar cómo la xenofobia vuelve a una parte de la población alemana que observa incluso con regocijo el incendio de las casas de acogida para los emigrantes. Los países cierran fronteras y el espacio Schengen –uno de los orgullos de la Unión– se está convirtiendo en utopía, tras haberlo experimentado. No hay fronteras para las mercancías, pero sí para las personas que pueblan Europa o han llegado hasta sus costas con tantos sacrificios como inhumanidad. Pero Cameron, de vuelta, se encontró con más obstáculos de los que esperaba. Seis de sus ministros se han manifestado contrarios a mantenerse en la Unión y cien de los 330 diputados han anunciado ya su voto en contra. Por si fuera poco, Boris Johnson, su antiguo camarada en el exclusivo colegio de Eton, hoy alcalde de Londres, está dispuesto a hacer campaña a favor de la salida de Gran Bretaña. Hay quienes entienden que su maniobra constituye una clave electoral, la posibilidad de arrebatarle a Cameron el liderazgo conservador en las próximas elecciones. Sin embargo, pese a la caída de la libra esterlina, que descendió hasta el 1,415 frente al dólar, las fuerzas económicas británicas estiman que el abandono de la Unión no sería positivo, aunque únicamente alrededor de 200 empresas se han manifestado a favor de Cameron. A toda prisa, la Bolsa de Londres ha reemprendido las negociaciones con la Deutsche Börse, en una operación valorada en 20.000 millones de libras y que constituiría un baluarte frente a Wall Street.

Las encuestas manifiestan que existe casi un empate técnico entre los ciudadanos que prefieren mantenerse en la Unión y los que deciden abandonarla, pero todavía se observa un gran número de indecisos. El «Brexit» podría suponer también una fragmentación del país, puesto que los escoceses se muestran unánimes en mantenerse en la Unión y la decisión de una Gran Bretaña aislada les serviría como excusa para independizarse. La City se aferra a la permanencia por el gran volumen de negocio, aunque el «Sun», el periódico de mayor influencia popular, se decante por una salida que habría de suponer una mayor afirmación nacionalista. Aquella Europa idílica se descompone a ojos vista, un signo más de cambios generacionales y rápidas transformaciones económicas y tecnológicas. No es casual el distanciamiento de la ciudadanía en España, por ejemplo, respecto a su clase política, que, fragmentada, se manifiesta incapaz de decidir cambios profundos que la sociedad demanda. En la Gran Bretaña de hoy, no ajena a las desigualdades pese a su reducido paro, idealizada por los migrantes que todavía se mantienen en Calais a la espera de alguna posibilidad de trasladarse a las islas, el conservadurismo no es tan sólo una formulación política. Las diferencias entre el norte y el sur de Inglaterra se acentúan. El día 23 de junio se decide en parte el futuro de Europa, pocos días antes de que los españoles volvamos a las urnas si los dioses no lo remedian, porque nuestros políticos se han convertido en problema en lugar de solución. Otras elecciones no van a remediar tanta incapacidad.