Las correcciones

Trump en el trópico

El escenario ideal para la Casa Blanca es que Maduro se marche a La Habana sin pegar un tiro

George W. Bush llegó al poder en 2001 con América Latina como prioridad de su política exterior. Los republicanos querían ordenar lo que muchos conocen como su patio trasero. La influencia de Rusia y China empezaba a extenderse por la región. Los atentados del 11 de septiembre, sin embargo, lo cambiaron todo. La Administración Bush se olvidó de América Latina y se embarcó en dos guerras lejanas en Oriente Medio. Afganistán, primero, en 2001, e Irak, después, con la invasión de 2003. La doctrina Bush consistió en una mezcla de guerra contra el terrorismo y el «nation building» tras las caídas de los talibanes y de Sadam Hussein. Los americanos quedaron empantanados en dos conflictos abiertos de los que no supieron salir hasta dos décadas después y lo hicieron, mal, muy mal, con la espantada de Kabul en agosto de 2021. La humillante retirada de Afganistán probablemente fue uno de los mayores errores de la Administración Biden que pagaron los demócratas en las urnas. En este segundo mandato de Donald Trump, pero, sobre todo, tras la designación de Marco Rubio, el primer senador hispano en Estados Unidos, como secretario de Estado, América Latina ha vuelto a la lista de prioridades en la política exterior estadounidense. Rubio es, sin duda, el artífice de la estrategia de máxima presión que el presidente Trump está aplicando sobre Venezuela. El socialismo del siglo XXI o los regímenes autoritarios de izquierdas como el cubano, venezolano o nicaragüense han sido objeto de los ataques más feroces del exsenador durante su carrera. A principios de septiembre, Trump lanzó una campaña militar contra Venezuela con el objetivo de frenar el narcotráfico hacia Estados Unidos. Ha bombardeado hasta en 21 ocasiones las embarcaciones que presuntamente se dedican al tráfico de drogas y ha dejado, como consecuencia, 83 muertos. Estados Unidos anunció recientemente que designará al Cártel de Los Soles, que, según afirma, está dirigido por Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, como organización terrorista extranjera. El Departamento del Tesoro estadounidense impuso sanciones contra esta organización criminal el pasado mes de julio. Los analistas consideran que esta designación amplía la base legal de la Administración Trump para escalar sus acciones militares en el Caribe. Pero la Casa Blanca da una de cal y otra de arena. Trump también ha afirmado que está en conversaciones «avanzadas» con Maduro. El escenario ideal para la Casa Blanca es que Maduro se marche a La Habana o Moscú sin pegar un tiro, como hizo Bachar al Asad en Siria. El venezolano estuvo a punto de hacerlo en 2019, pero, le apuntalaron los generales y los apoyos exteriores de rusos y cubanos. Esta vez es distinta. Muchos militares que lo sostuvieron entonces, no lo harían ahora. «Nadie va a luchar por Maduro, tengo un familiar militar que antes defendía la constitución a Chávez y a Maduro, pero después del 28 de julio eso se acabó», me dice un amigo venezolano que conoce bien las dinámicas internas. A estas alturas no se descarta un recrudecimiento de la acción militar con ataques selectivos en Venezuela que precipiten los acontecimientos. Pero Trump tiene algunos frenos internos. Quizás Maduro no lo sabe, pero, su mayor aliada es Marjorie Taylor Greene, máxima exponente del movimiento MAGA, que ve los ataques en el Caribe como una traición a las esencias aislacionistas de America First. Con el caso Epstein en ebullición, el presidente no quiere aventuras (o sí).