Las correcciones
Trump-Musk: amorío, ruptura y, ¿reconciliación?
Es posible que el gurú tecnológico se haya dado cuenta de que es mejor hincar la rodilla y besar el anillo
El canciller alemán Friedrich Merz llamó a los presidentes de Ucrania y de Sudáfrica, Volodimir Zelenski y Cyril Ramaphosa, antes de viajar el día 5 a Estados Unidos. Quería conocer de primera mano los pormenores de sus respectivos encuentros (o encontronazos) con Donald Trump en el Despacho Oval. Merz no quería dejar nada al azar. No podía descartar que no fuera a sufrir una humillación como la de Zelenski (Alemania ha sido uno de sus blancos favoritos desde 2016) o una emboscada como la de Ramaphosa cuando le puso un video sobre el supuesto genocidio blanco. Lo que no esperaba es que fuese a ser testigo directo de la ruptura entre Donald Trump y Elon Musk en el plató del Despacho Oval.
El presidente estadounidense estalló al ser preguntado por las críticas de Musk a su «big and beautiful» ley fiscal. Fue la mecha que prendió un espectacular juego de pirotecnia entre el hombre más poderoso del mundo y el más rico del mundo. Lo que podría haber sido un debate legítimo (e incluso saludable) sobre fiscalidad, gasto y deuda se convirtió en una batalla sideral entre dos gallos de combate en un mismo corral. Cualquiera con un poco de perspicacia sabía que, el tándem Donald-Elon, (se tuteaban mutuamente), estaba formado por dos superegos con los días contados. Cada uno disparó con su propio megáfono (las plataformas Truth Social y X) e hicieron de su duelo verbal un evento planetario. El divorcio entre dos caracteres mercuriales no podía ser civilizado. Volaron los reproches sobre la financiación electoral, contratos públicos, subvenciones, investigación espacial, consumo de drogas, impeachment y acusaciones de «demencia» y de pedofilia… El único que salió airoso fue el vicepresidente estadounidense, JD Vance, que podría ser el gran ganador de este circo político.
La separación del ticket electoral (con permiso de Vance) más exitoso de la historia (el magnetismo de Trump más el prestigio de Silicon Valley) se masticaba en el ambiente desde hacía semanas o meses. Musk sufrió su primera decepción tras la inauguración presidencial cuando la jefa de Gabinete de Trump, la fiel estratega, Susie Walis, le negó un despacho en el Ala Oeste. Pero aguantó. El segundo desencuentro, esta vez público, se produjo a propósito de la guerra arancelaria. El CEO de Tesla calificó a Peter Navarro, asesor comercial del líder estadounidense, de «verdadero imbécil» y el otro le acusó de ser un «ensamblador de vehículos». Pero una guerra sin cuartel no interesa a ninguna de las dos partes. El botín a repartir es demasiado suculento, como puso de manifiesto el catálogo de insultos que se dedicaron. Esta semana, después de haber amenazado con crear un tercer partido político y boicotear a todos los legisladores que apoyen la ley fiscal de Trump en las «midterm» de 2026, el gurú tecnológico se ha mostrado favorable al uso del Ejército para sofocar las protestas de Los Ángeles y ha respaldado el envío de la Guardia Nacional y los Marines contra los manifestantes. En lo que parece una vuelta de guion, es posible que Elon Musk se haya dado cuenta de que con Donald Trump es mejor hincar la rodilla y besar el anillo, como han hecho, por otra parte, el resto de las grandes corporaciones estadounidenses y líderes internacionales.