Cargando...

Mirando la calle

Venecia, poder y dinero

«La marchesa Luisa Casati, consiguió una proeza insólita: organizar la más fabulosa fiesta de disfraces en la mismísima plaza de San Marcos»

Mientras Jeff Bezos y Lauren Sánchez continúan celebrando la boda más cara del año y puede que del siglo, montones de venecianos enarbolan pancartas de protesta que no sirven de nada. Desde el pasado jueves y hasta mañana, el cuarto hombre más rico del mundo ha blindado la «Serenissima». Los invitados no son más que en una boda convencional, no rebasan los doscientos, pero ni los novios firmarán en el ayuntamiento, como incluso hicieron George Clooney y Amal Alamuddin, ni dejarán de zascandilear por los lugares más monumentales de Venecia. Más allá de la ingente cantidad de curiosos y periodistas atraídos por el enlace, Bezos y Sánchez han inundado la ciudad de agua de taxis acuáticos, helicópteros y yates y han previsto toda suerte de excentricidades, incluso en lugares protegidos. Aunque, a decir verdad, no es la primera vez que Venecia se «vende» al mejor postor. En los primeros años del siglo pasado, la marchesa Luisa Casati, consiguió una proeza insólita: organizar la más fabulosa fiesta de disfraces en la mismísima plaza de San Marcos. La Casati, la italiana más rica de su tiempo, la mayor musa y mecenas de la historia, la tercera mujer más retratada del mundo tras la Virgen María y Cleopatra, decidió alquilar durante años el Palazzo non finito, en el Gran Canal, animada por la cantidad de artistas e intelectuales que residían largas temporadas en Venecia, incluido su amante, el escritor Gabrielle D’Annunzio. De entre todas sus colosales fiestas, quedó para el recuerdo la del Gran Baile Pietro Longhi, para la que ocupó San Marcos, contó con la presencia de un batallón de Carabinieri frente al Palacio Ducal, iluminó las mesas del centro de la plaza con torres de sirvientes ataviados con libreas escarlatas, pelucas blancas y antorchas y sorprendió a los invitados precediendo su llegada con una pequeña orquesta de cámara tocando desde el agua, en una góndola, tras la que apareció ella, vestida con un resplandeciente vestido de satén dorado y acompañada de sus guepardos con collares de turquesas y brillantes… Seguramente no contaminó tanto como Bezos, pero su «hazaña», irrepetible, tuvo también que ver con el poder… y, sobre todo, con el dinero.