Mirando la calle

Venganza e impunidad

«No se odia tanto a nadie como aquel al que se amó»

Que la vida está llena de rencor y de venganzas es algo tan real como poco reconocido por todos. Y sí, lo está. Cada uno de nosotros reserva un poco de veneno en su interior para inoculárselo al que un día le hizo sufrir. Curiosamente, la mayor parte de nuestros deseos de resarcimiento suelen estar relacionados con amores y desamores, tal vez porque no se odia tanto a nadie como a aquel al que se amó. Pero la vida, salvo en circunstancias contadas, ofrece pocas oportunidades para quedarse en paz. Por eso, cada vez escribe más gente.

Entre las múltiples virtudes que tiene la escritura, se encuentra esa tan terapéutica de destruir a quien nos agravió cuando nuestro propio amor hacia él (de pareja, amistad, cercanía o familia) permitió que lo hiciera. Carmen Posadas suele decir que cuando alguien le cae mal lo mata en una novela…, pero dudo que llegara al asesinato ficticio si no buscara algo de venganza. Todos los escritores hemos humillado, ninguneado, pisoteado o acabado en la ficción con la vida de alguna de las personas que han dejado en las nuestras un reguero de lágrimas. Ninguno de nuestros personajes es idéntico a quienes nos traicionaron, vilipendiaron o destrozaron, pero siempre tiene algo que le hace reconocible, a veces solo a nuestros ojos, y que deja saciados nuestros deseos de revancha. Me pregunto qué sucedería si todos esos muertos vivientes supieran que son ellos los que encarnan el mal en nuestros renglones, porque curiosamente, nadie se reconoce. Es más, casi siempre, esos malos, tontos o feos reales, milagrosamente se descubren en nuestros seres de ficción más atractivos por bondad, inteligencia o belleza…, y desde luego nunca se encuentran en los perversos, monstruosos o ridículos. Tanto es así, que se puede retorcer el pescuezo de las maneras más atroces al enemigo en el papel, y salir tan impune de la fechoría como si se gozara de la inmunidad parlamentaria de los políticos. No me dirán que no es privilegio…

¿Qué pasa si alguien se reconoce? No infravaloren el retorcimiento del escritor: será porque así lo pretendíamos y porque el «retratado» no puede permitirse aceptar que es así, como nosotros le pintamos…