
Tribuna
Volveremos a misa los domingos
Crece la sublevación contra la hipocresía que impone tiránicamente la corrección política

La mentalidad dominante atraviesa una crisis que la tiene cariacontecida. De un tiempo a esta parte se suceden las noticias, las encuestas de opinión, las publicaciones, que escapan al rígido control de lo políticamente correcto. Abren debates que los progresistas consideraban definitivamente cerrados. Como están convencidos de “estar en el lado bueno de la historia” y han cuasi monopolizado los resortes más significativos de la difusión tanto mediática como cultural, les resulta incomprensible lo que está sucediendo. Les tiene sobrecogidos a los pobres.
Un día su idolatrado Tezanos les dice que los votantes de VOX predominan entre las capas más jóvenes de la población. Otro que Trump ha ganado las elecciones apoyado por muchos votantes de las minorías que ellos consideran de su propiedad: hispanos, negros, asiáticos. El tercero, que el apoyo a las opciones progresistas se está reduciendo entre las mujeres. Sus certezas se disuelven. Por ejemplo, el tabú que silenciaba el debate sobre las consecuencias de la emigración. Cosa de fascistas o ultraderechistas. Les deben estar saliendo sarpullidos al observar que el tratamiento de este complejo asunto se está normalizando progresivamente. Y que las críticas al desbordamiento actual provienen ya de casi todos los rincones del espectro ideológico.
También se derrumban sus más acrisolados mitos. Ha debido resultarles insoportable escuchar a Bill Gates, nada menos, que considera “errónea una visión apocalíptica del cambio climático” porque “no provocará la desaparición de la humanidad” y que procede modificar las políticas climáticas para priorizar el bienestar humano. Y anonadarse ante el creciente desprestigio de uno de los principales portavoces sacralizados: la británica BBC. Sus tergiversaciones, manipulaciones y ocultaciones han acabado pasándoles factura. Dos de sus principales directivos han tenido que dimitir. Habían respaldado varias falsificaciones de noticias que desacreditaban a personalidades del lado conservador, especialmente al presidente Trump.
Crece la sublevación contra la hipocresía que impone tiránicamente la corrección política. Esta hipocresía es especialmente sangrante en el caso del feminismo militante. La denuncia de la ocultación por policías y políticos de las agresiones contra mujeres jóvenes por parte de grupos de hombres pakistaníes en Gran Bretaña ha provocado un generalizado escándalo. No era la primera vez que se denunciaban situaciones similares, pero esta vez ha contribuido al ascenso de la intención de voto al partido de Neil Farage. Estremecimientos provoca en el establishment británico.
Con retraso, este fenómeno se está replicando en nuestro país. La hipocresía de nuestras dirigentes feministas, silenciando las agresiones sexuales cometidas por inmigrantes, mientras magnifican exageradamente las cometidas por españoles, influye cada vez menos en nuestros medios de comunicación. Ya era hora porque muchos de ellos se han venido plegando a este ocultamiento con timorata resignación.
Indicios de esta creciente desafección se van extendiendo. Los sufridos espectadores de los espectáculos clásicos se han cansado de soportar los esperpentos que nos infringe la mafia subvencionada de productores, directores y escenógrafos progres. Monopolizan la puesta en escena de estas maravillas estéticas e intelectuales. Por ejemplo, empiezan a ser frecuentes los abucheos y pateos en el Teatro Real de Madrid.
Quizás lo que más les preocupa es el crecimiento de la religiosidad entre los jóvenes. Parece general en todo Occidente, si hacemos caso de “The Economist” y otras publicaciones. En España es perceptible en los últimos años, con movimientos como Effeta, o Emáus o Hakuna, que reúne frecuentemente a decenas de miles de jóvenes (36.000 en Rivas recientemente). Incluso en la desacralizada Cataluña, el 33% se declaran católicos, según datos de su CIS particular.
Incluso en el cine empieza a notarse. La película “Los Domingos” se ha atrevido a plantear con simpatía el proceso de discernimiento de una adolescente que pretende “meterse monja”. El atrevimiento llega a presentar la transformación de la tía progre y atea, inicialmente cariñosa y comprensiva, en una especie de hidra antipática, que se revuelve con rabia cuando no puede torcer la vocación de su sobrina. ¡Católicos simpáticos y progres antipáticos! Algo impensable hace no mucho.
Los jóvenes están encabezando esta mutación, esta incipiente rebelión contra un ambiente que se estaba volviendo irrespirable. No es extraño. Les hemos negado el derecho de conocer su historia. El derecho de entender las bases de su civilización, ancladas en la filosofía y la religión. El derecho de disfrutar de la belleza de la literatura. El derecho a cosas como el sentido común, el vínculo comunitario y la jerarquía moral.
Hablo en plural porque me considero un poco responsable de aceptar, aunque a regañadientes, alguna de estas negaciones. Que incluyen la obsesión por el inglés y el menosprecio de la historia. La ansiedad por impulsarles a coleccionar experiencias superficiales y reducir al mínimo los más difíciles horizontes de la trascendencia y el significado. La tolerancia ante comportamientos y actitudes que finalmente les hacían infelices. “Es que todos lo hacen”. Ha sido un mantra dominante entre los comodones progenitores conservadores.
Cuando han crecido, les hemos seguido negando derechos. A un sueldo decente. A una vivienda digna. A la construcción de familias basadas en una promesa irrevocable, protegidas de obsesiones ideológicas aberrantes. Tampoco les hemos protegido de un concepto de libertad basada exclusivamente en una ausencia total de límites morales, trufada de deseos infinitos y satisfacciones artificiales. Sin embargo, parece que a pesar de todo están descubriendo con rapidez que el progresismo, que prometía emancipación, ha generado soledad, desigualdad, fragmentación, en definitiva, infelicidad. Aunque aún queda mucho camino que recorrer, sobre todo entre algunas mentalidades liberal-conservadoras, contaminadas de placentero conformismo.
Espero que tengan el éxito que merecen, frente al difícil horizonte que les estamos dejando. Sobre todo, espero que su ejemplo nos contagie y nos redescubra la hermosa perspectiva del infinito y la trascendencia. Espero que volvamos a ir a misa juntos los domingos.
Antonio Flores Lorenzo, es ingeniero agrónomo, historiador y exrepresentante de España en la FAO.
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